Fotografía Colombiana # 3: Andrés Donadio, niebla: visiones del salto

PUNTO DE FUGA, la plataforma experimental del arte y de la fotografía, ha reunido una serie de entrevistas hechas a fotógrafos colombianos. De esas entrevistas van surgiendo una serie de inquietudes sobre la existencia misma de la fotografía y su incesante combate por limar asperezas con el mundo del arte.

PUNTO DE FUGA, la plataforma experimental del arte y de la fotografía, ha reunido una serie de entrevistas hechas a fotógrafos colombianos. De esas entrevistas van surgiendo una serie de inquietudes sobre la existencia misma de la fotografía y su incesante combate por limar asperezas con el mundo del arte. Esta es la tercera de una larga serie de conversaciones que han ido trazando una cartografía visual del universo de los fotógrafos en la actualidad. Cada conversación es un intento por indagar en las profundidades de la obra del artista para entender mejor cómo el pensamiento y las experiencias de vida se han ido enfrentando a la imagen fotográfica hasta convertirla en una obra cargada de significado.

La primera vez que PUNTO DE FUGA descubrió el trabajo de Andrés Donadio fue en el Museo de Arte Moderno de Bogotá. Había en un primer piso de las salas de exposición una serie hipnótica que se llamaba Niebla: visiones del salto. Ese territorio tiene una gran carga simbólica y muchos de los Colombianos que han crecido en la capital han oído hablar de él por medio de los relatos familiares. Confrontarse a una serie de imágenes fotográficas sobre el Salto era también una forma de liberar el recuerdo de ese territorio para confrontarlo con estas otras visiones, más poéticas, de un lugar cargado de historia. Quisimos hablar con Andrés para confrontar esa mirada de autor con nuestra propia memoria literaria, periodística y visual del Salto del Tequendama. El texto que dio inicio a una larga diatriba había sido citado por Andrés. Se trataba de un diario de viaje escrito por un ingeniero militar, geógrafo, botánico y explorador del territorio Colombiano a finales del siglo XVII. Decidimos empezar con él por el estupor y el miedo con el que el explorador narraba ese encuentro con el río Bogotá.

«Cuando se mira por primera vez la cascada del Te­quendama hace la más profunda impresión sobre el espíritu del observador. Todos quedan sorprendidos y como ató­nitos: los ojos fijos, los párpados extendidos, arrugado el entrecejo, y una ligera sonrisa manifiestan claramente la sensación del alma. El placer y el horror se pintan sin equivocación sobre todos los semblantes. Parece que la naturaleza se ha complacido en mezclar la majestad y la belleza con el espanto y con el miedo, en esta obra maestra de sus manos».

Francisco José de Caldas, El Salto del Tequendama, BanrepCultural, 2017

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PARTE I: Entrevista Andrés Donadío
Por PUNTO DE FUGA

P.D.F. : En tu más reciente obra haces un recorrido por el Salto del Tequendama, esa enorme cascada que irrumpe sobre el Río Bogotá a unos 40 kilómetros de la capital. Escogiste ese territorio porque hace parte del imaginario colectivo de los colombianos y ha sido el centro de un sin número de historias que comparten hoy en día muchos de los habitantes del país. Ese es un tema que me gustaría abordar más adelante contigo. Lo que me intriga por el momento es que, al referirte a ese territorio, dices que es un lugar imposible de representar. ¿Por qué?

A.D. : El tema de la imposibilidad de representación hace parte de un cuestionamiento general que tengo sobre el uso de la fotografía. De manera general se relaciona con cierta “desconfianza” que tengo en utilizar la fotografía para documentar un territorio, un acontecimiento, etc. En este caso, sin embargo, hace referencia a un complejo entramado de ideas y presunciones que hacen parte de todo el territorio que rodea al Salto de Tequendama.

Al comenzar mi investigación confronté las ideas que tenía (aquellas que comparten la mayoría de los bogotanos) con toda la historia que rodea al lugar desde la época pre-colonial. ¿Cómo hacer converger todos estos puntos de vista en un solo trabajo? De haber tomado otro camino creo que habría muy posiblemente terminado por dar prioridad a cierta visión del Salto así que preferí dejar las puertas abiertas y construir un trabajo en el que la niebla simboliza esta imposibilidad que alberga una infinidad de posibilidades.

P.D.F. : La Niebla que le da el título a tu obra es esa metáfora que escribe bien la imposibilidad de reunir en una serie de imágenes toda la memoria que ese sitio alberga. Pero sí es cierto que desde la época colonial, innumerables poetas y exploradores científicos quisieron hablar de ese territorio. Están claramente los ejemplos de F. Charry Lara, Francisco José de Caldas y Alexander von Humboldt, que han sabido describir ese espesor y esa densidad de nubes en el paisaje del salto. En su diario Humboldt esto:

“Yo he visto cascadas más ricas en agua y sin embargo, nunca observé sobre ninguna un nubarrón tan permanente y espeso como sobre el Tequendama”  

Alexander von Humboldt, Diario: viaje al Salto del Tequendama, Biblioteca Luis Angel Arango, 26 – 27 de Agosto de 1501.

 ¿No crees que uno podría decir por ejemplo que esas dos vertientes, la del explorador y la del poeta, han creado esos imaginarios de los que se nutre tu trabajo?

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A.D. : Los diarios de los exploradores y los versos inspirados en la grandeza del Tequendama fueron sin duda una fuente de inspiración para comenzar el proyecto. Al igual que las pinturas y grabados que existen estos escritos describen el Salto de Tequendama cómo un lugar espléndido, de una exquisita belleza y rodeado por una naturaleza sublime. El encontrarme con toda esta literatura antes de haber comenzado mi exploración del lugar me permitió tener una perspectiva más amplia y dejar a un lado las ideas que cargaba desde mi infancia. Es increíble la distancia que existe entre los relatos de los exploradores y las crónicas periodísticas de la segunda mitad del siglo veinte. Estas últimas ratificaban desafortunadamente las ideas que yo tenía antes de volver al Tequendama.

Mi recuerdo se basaba sobre todo en los paseos de fin de semana en los que saliendo de Bogotá dirección a la Mesa pasábamos por el Salto sin detenernos, armándonos de valor y cerrando las ventas por el hedor que producía el lugar. Esta idea sigue desafortunadamente presente en muchos de los habitantes de la ciudad y fueron un tema recurrente mientras realizaba el trabajo. Hoy en día creo que mi visión del Salto se encuentra en algún punto, a mitad de camino entre los relatos de los exploradores y las crónicas sobre los suicidas o la contaminación del río Bogotá.

P.D.F. : Es fascinante saber que tu trabajo en general parte de esa imposibilidad de reactivar la memoria de un territorio únicamente fotografiándolo como lo haría un fotógrafo documental. Volviendo a la Niebla, me gustaría saber qué es lo que realmente está ausente, que es lo que esos registros fotográficos no son capaces de expresar sin antes haber sido intervenidos por ti.

A.D. : Creo que no son solo los registros los que se alimentan de mis imágenes. Para mi es una relación de mutuo beneficio. Al integrar el trabajo, los registros fotográficos se re-actualizan, adquiriendo otra lectura y recobrando también cierta credibilidad frente al espectador. No son solo imágenes que provienen de un libro y que hablan de un pasado que alguien podría pensar cómo inexistente, pero de un lugar que está ahí, perdido en esa inmensa niebla y en esas imágenes que en ocasiones esconden más de lo que dejan ver. Cómo le mencioné anteriormente, una de las razones por las cuales me interesé en este territorio es la imposibilidad de representarlo incluso aproximándolo desde lo documental.

Así cómo los registros fotográficos que acompañan el trabajo se ven re-interpretados, ellos crean un hilo conductor dentro de esta exploración inconclusa. Aún cuando las fotografías traducen parte de lo que experimente durante esta exploración, las imágenes de archivo me permiten crear cierta duda y espero lograr que el espectador cuestione también las ideas (muchas veces preconcebidas) que puede tener frente al territorio que rodea el Salto de Tequendama.

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P.D.F. : Hay algo más que me gustaría saber y es cuál es tu filosofía con respecto a estos paisajes, tu relación con la naturaleza y con el territorio. En un pequeño texto sobre Fruit Garden la obra reunida y publicada por Sputnik Fotos que habla de la opresión que vivieron los hombres en Europa del este después de la caída de la Unión Soviética. Para liberarse de esa sensación de opresión, Rafal Milach habla de la naturaleza. Dice : “La naturaleza es simplemente esa cosa inocente”. Tú, por el contrario, me parece, citas a Francisco José de Caldas para hablar de ese paisaje tan específico que es el del Salto del Tequendama. En su descripción del Salto, lo que este geógrafo, botánico y hombre de ciencia transmite es un sentimiento aterrador frente a ese paisaje:

« El placer y el horror se pintan sin equivocación sobre todos los semblantes. Parece que la naturaleza se ha complacido en mezclar la majestad y la belleza con el espanto y con el miedo, en esta obra maestra de sus manos ».

Francisco José de Caldas, El Salto de Tequendama, Banrepcultural, 2017

¿Cuál ha sido tu experiencia al tener que adentrarte en esa zona de Colombia?  

A.D. : Explorar el Salto de Tequendama es una experiencia muy volátil y que puede cambiar mucho según el día, las condiciones climáticas, el caudal del río entre otras variables. Algunas veces al llegar al sitio me confrontaba con un Salto silencioso y transparente que dejaba ver todo el paisaje sin reservarse misterio alguno. En otras ocasiones el lugar se presentaba de una manera completamente diferente y las aguas del Salto rugían detrás de una espesa niebla que ocultaba prácticamente todo. Creo que los exploradores no se equivocaron al describir el asombro y horror sublime que puede generar el lugar.

Concuerdo, sin embargo, con la idea de la naturaleza cómo “cosa inocente” que es además un tema que ha estado presente durante mucho tiempo en la literatura. Recuerdo por ejemplo a Raskolnikov, el personaje de Dostoievski en Crimen y Castigo, quién relaciona la naturaleza con la pureza y la inocencia perdidas. En el caso particular del Tequendama creo que el miedo viene hoy en día, no solo de las características físicas que posee este territorio, pero también del desconocimiento que existe frente a él así como de los lugares comunes que se han acumulado en las últimas décadas.

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P.D.F. : No sólo los exploradores han narrado historias sobre ese territorio. Hay muchas crónicas e historias familiares que hablan de los suicidios en el Salto del Tequendama. Mi tía bisabuela habla por ejemplo de la desaparición de una compañera poetiza en el Salto durante una excursión que hicieron durante el colegio. Recuerdo muy bien que ella nos contaba haber visto: los zapatos y después la ropa de su amiga en el camino a la cascada… ¿Qué papel han tenido esas historias o crónicas en tu trabajo? ¿Has tenido acceso a archivos o relatos periodísticos?  

A.D. : En el marco de la investigación tuve acceso a varios artículos periodísticos que narraban el suicidio o la desaparición de alguien en las aguas del Salto. Me encontré también con historias muy curiosas como aquellas de las crónicas de Ximénez, un reportero que se hizo famoso por esconder los poemas que escribía en los vestidos de los suicidas que llegaban al Salto.

También varias historias de fantasmas y con sorpresa descubrí cómo el Salto de Tequendama aparece en ocasiones dentro del top diez de los lugares más escalofriantes de la tierra. Es fascinante descubrir toda la mitología que se ha creado alrededor de este territorio y de la casa Tequendama, por décadas un lugar de fantasmas y espíritus que hoy en día existe cómo Casa Museo.

Entre mis amigos y familiares también tuve la oportunidad de descubrir historias personales sobre personas que decidieron terminar su vida en las aguas del río Bogotá. Es cierto que el Salto de Tequendama fue por mucho tiempo el lugar preferido de los suicidas e incluso hoy en día ese tipo de acontecimientos se siguen presentando pero el lugar es mucho más que eso. Por esta razón en el trabajo decidí evocar el tema de la muerte pero sin hacer referencia directa e incluso con algo de gracia al presentar la imagen de Warner, el “no” suicida o incluir la canción de Noel Petro en uno de los videos.

P.D.F. : Dices también que en el trabajo se mezclan imágenes de archivos que muestran, pero también cuestionan, las muchas caras de éste polifacético lugar. Para describir esas fotografías hablas de “imágenes embozadas en una inmensa neblina de pequeños incidentes, imposibles de disipar, que sorprenden y confunden a la vez”. Hablas mucho de visiones de la Niebla. ¿ Cuales son las realidades de ese paisaje al que te enfrentas, cómo orientarse entre esa niebla de la que hablas, a qué te aferras como fotógrafo para hacer tu trabajo en este caso preciso?

A.D. : Como lo dije anteriormente, confrontándome al Salto aprendí que el paisaje que lo rodea es muy variable y aferrarse a una idea de este territorio puede llegar a ser frustrante. De la misma manera que hay un sin número de historias que confluyen en este lugar, muchas representaciones del salto existen también. Al entender que no iba a tratar de describir las diferentes “realidades” que convergen allí pude concentrarme en explorarlo. Las visiones del Salto son los diferentes lugares que encontré durante mi exploración pero también las diferentes representaciones que un solo territorio puede tener. No es una exploración exhaustiva y siento que de poder continuarla seguiría siempre encontrando lugares e historias sorprendentes.

P.D.F. : Es cierto que al recorrer todos esos imaginarios esa niebla indiscernible del Salto del Tequendama ha sido para ti el terreno fértil para fotografiar ese espesor y abordar de otra manera ese territorio que se tan salvaje e inhóspito. Ese territorio debe ser muy difícil de fotografiar. ¿Hay algo que hubieras querido fotografiar y no hayas podido hacerlo?

A.D. : Es un territorio muy difícil y me atrevería a decir que es prácticamente inabordable. Cuando me preguntabas cómo me aferraba debo decir que conté afortunadamente con la ayuda de varias personas que trabajan en la Casa Museo Tequendama y que llevan décadas haciendo esfuerzos por la recuperación del río Bogotá y del bosque de niebla que se nutre del caudal del Tequendama. A través de ellos conocí a algunos habitantes del lugares y fueron ellos también los que me guiaron en esta exploración.

Hay muchos lugares a los que hubiera querido ir y otros a los que quisiera poder regresar. Hay caminos que llevan hasta la parte baja de la cascada e incluso es posible cruzar la parte alta del río y pasar al otro lado del Salto, que es también el punto donde termina el Parque Natural Chicaque. Creo que algunas imágenes así cómo los títulos de las obras traducen un poco la frustración de confrontarme a un lugar de tan difícil acceso.

P.D.F. : ¿Uno podría decir que tu trabajo en general interroga esas formas de anonimato, esos fenómenos de pérdida de identidad de un territorio?

A.D. : Creo que hoy en día es imposible hablar del Salto de Tequendama sin abordar lo relativo a los cambios de identidad que ha tenido en el último siglo. Por cuestiones muy diversas, de orden social, económico y político este lugar, antes ícono de nuestro territorio, termino recluido en el olvido. No es un caso aislado pero si uno de los más representativos de la negligencia de la que son víctimas muchas zonas del país.

Los archivos y registros fotográficos que hacer parte del trabajo hilan el proceso de pérdida de identidad. El destino de este territorio ha ido desafortunadamente en descenso desde la época colonial y es así cómo decidí incluir imágenes que vienen desde representaciones indígenas hasta registros fotográficos de momentos en los que la cascada desapareció por varios meses en la última década del siglo pasado. De un ícono nacional el Salto de Tequendama terminó siendo un icono de nuestra capacidad de olvidar y desconocer nuestro territorio.

P.D.F. : ¿Qué es lo que te mejor explica tu interés por ese proceso de la pérdida de memoria en tu trabajo? ¿Es acaso la necesidad de ir a los límites de lo que la fotografía puede representar o es más bien una forma de hacer visible esa imposibilidad de conocer lo que no se ve?

A.D. : El trabajo que realicé en el Salto de Tequendama fue uno de mis primeros encuentros con una fotografía próxima al documental. En mis series anteriores he partido siempre de una idea que tenía y en muchas ocasiones las referencias a los lugares que representaban las imágenes terminaban siendo prescindibles e incluso en ocasiones voluntariamente suprimidas cómo en el caso de la serie “No Landmarks”.

En esta ocasión el lugar jugó un papel relevante. En primera instancia porque “Niebla, Visiones del Salto” fue el resultado de una residencia entre la Alianza Francesa y la Escuela de fotografía de Arles en donde la temática abordada era precisamente “territorio”. Más allá de este primer condicionamiento, sentí pronto la necesidad de estrechar mis lazos con el lugar. Aún sin embarcarse en un trabajo puramente documental al comenzar la investigación sobre el Salto entendí la necesidad de tratar con respeto a ese territorio incomprendido aun cuando sabía que no iba a poder abarcarlo exhaustivamente. Probablemente ese haya sido también el origen de la inclusión de archivos cómo parte integral de la serie.

Tratar el tema del Salto de Tequendama me permitió darle una dimensión más tangible a los cuestionamientos abstractos o conceptuales que me han acompañado estos años cómo fotógrafo. En este lugar en donde la gente normalmente se pierde, encontré una nueva manera de abarcar un tema central en mi trabajo cómo lo es la imposibilidad de representación en sus diferentes dimensiones.

P.D.F. : Cuando uno recuerda ese manual filosófico de Henry David Thoreau, Walden, La Vida en los Bosques parece que en Estados Unidos a mediados del siglo XIX la experiencia de vivir lo más cerca de la naturaleza era de cierto modo redentora. Aislarse temporalmente de la ciudad aparecía ser como una necesidad filosófica de renovación interna, la contraparte de un pensamiento liberal. Muchos contemporáneos a Thoreau como Emerson, Margaret Fuller, Ellery Channing y Bronson Alcott pensaban que la sociedad era quien corrompía a los individuos. Un pensamiento así no ha surgido en Colombia. ¿Cómo te has enfrentado tu a ese territorio del Salto del Tequendama?

A.D. : Es cierto que la idea de abandonarse en medio de la naturaleza en busca de una renovación interna no es un tema muy presente en la historia reciente de Colombia. Si tomamos como ejemplo el fenómeno del desplazamiento interno las ciudades parecen representar un lugar de escape para un territorio beligerante cómo lo ha sido el campo en Colombia. Hoy en día las cosas comienzan a cambiar y finalmente comenzamos a apropiarnos de nuestro territorio y tratamos de conocerlo mejor. Tengo varios amigos y familia que han dejado las ciudades para vivir fuera de la ciudad en los últimos diez años.

Para mí el Salto de Tequendama es sin embargo un lugar de naturaleza beligerante. Independientemente de las condiciones de las aguas del río Bogotá o del estado de conservación del bosque de niebla, me es difícil imaginar al Salto cómo un lugar apacible en donde la naturaleza se pueda presentar de forma redentora. En esto concuerdo con los versos y relatos de los exploradores en los que el miedo y el asombro se confunden. Con lo anterior no estoy tratando de dar una visión negativa del Salto. Al contrario, pienso que su fortaleza e importancia radica en esta beligerancia y turbulencia que le son propias. Es un lugar que vale mucho la pena conocer y que debemos al mismo tiempo aprender a respetar.

P.D.F. : ¿Cuál crees que ha sido la relación que nosotros como Colombianos hemos tenido con esas tierras? ¿Hasta qué punto esas visiones de la Niebla definen parte de nuestra identidad ?

Es bastante triste la relación que tenemos como Colombianos con el Salto de Tequendama. Es un territorio al que le hemos dado la espalda desde hace décadas y aun cuando el río Bogotá se encuentra en recuperación desde hace ya varios años y existe hoy en día una fundación que se esfuerza por cambiar la imagen que la población tiene del lugar son todavía pocos los que visitan estas tierras y que reconocen que es mucho más que un lugar donde las almas solitarias se pierden en las aguas contaminadas del rio.

Es un lugar tan cercano de la ciudad pero que los bogotanos desconocemos y preferimos vivir a través de las historias de los abuelos, tíos y familiares. Historias que hablan desafortunadamente de los días más negros del Salto. Es paradójico pensar que hace 100 años el Salto del Tequendama era un ícono de la geografía colombiana, presente en banderas y billetes junto al Nevado del Ruiz o la Sierra Nevada y hoy en día su reputación se encuentra reducida a historias de suicidios y catástrofes ecológicas.

La Niebla que impregna las imágenes hace referencia a esta situación y a nuestra relación con el Salto. De alguna manera hemos preferido quedarnos en la superficie sin tratar de dilucidar lo que se esconde detrás de aquella nebulosa.

PARTE II: Crónicas y archivos del Salto del Tequendama
Selección de Punto de Fuga

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Selección de textos.
Crónica # 1. El Tiempo.

«El viernes 15 de noviembre de 1895, el camino de Soacha hacia el salto del Tequendama se llenó de gente que iba a presenciar la hazaña de Harry Warner. En el diario El Telegrama del 18 de noviembre apareció una reseña que cuenta: «Los carruajes que hay en la ciudad están tomados; muchos van en bicicleta, muchísimos a caballo y una legión a pie. La ciudad se quedó sola. Un joven Villamil cayó al río, pero fue afortunadamente sacado, cuando estaba próximo a caer en el abismo».

Más de 600 espectadores, entre citadinos y campesinos de Soacha, estuvieron atentos a los preparativos del show. El equilibrista tuvo serios problemas para fijar el cable y nadie pudo ayudarlo, porque no le entendían una sola palabra. A las 10 de la mañana logró amarrar el cable de un lado del río Bogotá, pero después de pasar a nado cuatro veces, con sobretodo, camisa, pantalones, botas y sombrero, notó que el cable era demasiado corto.

Warner no logró solucionar el percance hasta el día siguiente, pero ese sábado cometió otro error: olvidó del otro lado las poleas e instrumentos para templar el cable.

Como no quería nadar más, se aventuró a pasar por la cuerda, destemplada y mojada por la caída de agua. Para empeorar las cosas, comenzó a llover y la neblina se hizo más espesa, pero Warner pasó por segunda vez, con los instrumentos al hombro, y terminó la labor a las 3 de la tarde, muy cansado como para comenzar el espectáculo.

Por fin, cuando el público se había cansado de esperar, el equilibrista atravesó el salto del Tequendama el domingo 17, a las 11 de la mañana. Lo vieron unos cuantos campesinos y seis caballeros de Bogotá.

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El Correo Nacional del 19 de noviembre escribió: «Pasó de pie sobre la cuerda hasta la mitad del salto; allí se volvió de espaldas y regresó a donde había salido (…). Volvió a pasar la cuerda, deteniéndose en la mitad del salto; allí tomó la balanza en una mano, y con la otra saludó a los atónitos espectadores; después se sentó en la cuerda, se arrodilló y se acostó en ella (… Luego se levantó). Y siguió de espaldas (…). En esta última operación, M. Warner se enredó en el cable y estuvo a punto de perder el equilibrio, pero inmediatamente se repuso».

Crónica # 2. El Espectador.

«Silva fue el único de los suicidas que pudo terminar en la bóveda principal del Cementerio Central. En los años 40, cuando Bogotá volvió a vivir otra moda de muertes por propia decisión, los cortejos fúnebres pasaban por el lado de su mausoleo, y los suicidas lo visitaban para darse valor. Uno de ellos, ex agente de la Policía, le dejó una nota pisada con una flor. Al día siguiente, una soleada mañana de domingo, recogió a su novia y la llevó al Salto del Tequendama. Los diarios del lunes 27 de enero de 1941 reprodujeron la historia en un pequeño rincón: “Ayer, antes del mediodía, un ex oficial se arrojó al abismo en el Salto del Tequendama, después de haber besado a su novia.

La dramática escena fue presenciada por cientos de turistas que se encontraban en el lugar. La joven pareja se tomó una fotografía, y acto seguido, el hombre besó a la mujer y se lanzó. Su novia trató de seguirlo, pero fue detenida”. Una semana después, la noticia era que: “La ciudadana Diva Quintero quiso matarse, cerca al Salto del Tequendama, la última semana de enero pasado. La protagonista del intento vino a la ciudad procedente de Neiva (Huila), el 5 de enero, con el único y exclusivo fin de quitarse la vida en el Tequendama. Al ser detenida y conducida a la ciudad, trató de arrojarse a un automóvil. Entre sus bienes, las autoridades encontraron unos versos:

“Yo María Diva Quintero
a quien le dicen “Madama”
sus amigos,
mañana, cinco de enero,
me lanzaré al Tequendama,
sin testigos.
¡Boca de abismo cruel,
hondura de la tremenda catarata!
¿Para qué vivir sin él?
acepta la humilde ofrenda
de esta chata”.

Biografía.

Andrés Donadío nació en Bogotá, Colombia en 1986. Estudió Informática en la Universidad de los Andes y luego se especializó en fotografía al integrar la Escuela Nacional Superior de Fotografía de Arles, en Francia en 2009. Desde entonces su trabajo fotográfico ha estado enfocado en cuestionar la identidad territorial y ciudadana a través de un trabajo de documentación del anonimato. Su primer enfoque en el estudio crítico de las ciencias de la información le dio la posibilidad de confrontar su trabajo de artista con temáticas ligadas a la pérdida de identidad causado en gran parte por el uso de las nuevas tecnologías de la comunicación.

Sus primeras series fotográficas tituladas No Landmarks, Undefined Landscapes y Renderings, exponen a la fotografía ante la imposibilidad de representar de manera certera la pérdida de identidad del territorio. ¿Cómo hacer visibles esos trazos que van dejando los paisajes densos de un país como Colombia que ha estado marcado por guerras, conflictos y desplazamientos? ¿Qué capacidad tiene la fotografía para hacer memoria de la inclemencia con la que la guerra, el deterioro y el olvido ha ido dejando rastro sobre bosques, selvas, ríos y cadenas montañosas de un territorio cargado de historias?

PUNTO DE FUGA ha decidido adentrarse en este universo fotográfico de Andrés Donadio para explorar en profundidad los vértices de ese paisaje anónimo que él ha conseguido registrar a lo largo de su obra. Niebla, Visiones del Salto ha sido su última serie. Este trabajo hizo parte de la exposición Territorio hecha por el MAMBO de Bogotá en la primavera del 2016. Con esa «Niebla: visiones del salto», esta entrevista expone la sensibilidad de un fotógrafo frente a las contradicciones de un territorio marcado por la ausencia y el olvido. El aspecto narrativo y poético de la fotografía de Andrés es el punto de partida de esta reflexión sobre la forma como el lenguaje fotográfico crea un registro visual de una tierra que se resiste a revelar una realidad que muchas veces es incómoda.

Portafolios.

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Andrés Donadio, No Landmarks, 2012.

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Andrés Donadio, Undefined Landscapes, 2014.

Bibliografía.

El Salto del Tequendama, Colección de Arte del Banco de la República, 2017

Video.
Ultima Visión del Salto, 5’40″, 2016
Regreso del Salto, 2’40», 2016

Crónicas sociales y periodísticas.

– Fernando Araújo Vélez, De versos y suicidios, El Espectador, 29 de mayo de 2013.
– Juan Pablo Conto, Los suicidas del salto del Tequendama, Cerosetenta, 2013.
– Simón Posada Tamayo, Harry Warner, el equilibrista que ‘caminó’ sobre Bogotá, El Tiempo, 15 de octubre de 2012

 

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