Ana Nuñez, Flor de Roca, Simulacro Ediciones, 2021

“A los pies del esmero reverdece”
Laura Oliveros

«Ese quinceavo de segundo.
Una vez que has estado ahí, siempre quieres volver».
Anders Petersen

La fotógrafa española Ana Núñez Rodríguez realizó varios viajes a la zona de Muzo y Otanche, en Boyacá. Durante un año recorrió la zona esmeraldera más importante del país para encontrarse con los guaqueros y conocer más a fondo las creencias populares en torno a la esmeralda. Flor de Roca es un libro de fotografía que exalta la condición oculta del paisaje y revela ese aspecto sagrado de la práctica minera de la esmeralda y recupera las creencias populares en torno a la esmeralda.  Ríos carmesí, figuras abstractas verdín y retratos de guaqueros, se entrelazan con los paisajes de los bosques colombianos de color rosa lechoso que crecen sobre las laderas de las montañas.

El libro es un reclamo al carácter sagrado vinculado a la actividad minera de la esmeralda. Los trazos que custodian este libro corresponden a un fragmento de un extenso mapa dibujado por un guaquero de San Pablo de Borbur en Boyacá. Ese documento es la guía y la memoria de sus recorridos en búsqueda de esmeraldas. Al adentrarse en la publicación y romper las doble páginas en fondo negro que ocultan en su centro cada imagen, Ana Núñez Rodríguez recompone ese gesto de cavar dentro de la tierra en busca de las esmeraldas, develando el misterio que rodea a la piedra, y centrándose en la guaquería como práctica minera en vía de extinción. Flor de Roca es un libro objeto que permite al lector rastrear esa porción de tierra mediante el uso del intonso, y encontrar las imágenes que lo conducen en un viaje por esta zona minera.

PUNTO DE FUGA quiso acercarse a Ana y a todos quienes participaron en la edición y el diseño del libro para que nos contaran más a fondo cómo consiguieron traducir con delicadeza la fascinación y el misterio del encuentro con la esmeralda en las minas a cielo abierto.

La esmeralda ha estado presente a largo de la historia de Colombia arrastrando consigo tanto penas como alegrías desde la época prehispánica hasta hoy. Sus montañas, moradas de los dioses según las creencias de los indígenas muzos, refugian en su interior la esmeralda y actúan como vehículo hacia una experiencia única, y es que según las leyendas populares ese instante de encuentro con la piedra está rodeado de enigma. Es el instante en el que el hechizo verde surte efecto, surge un vínculo espiritual con la naturaleza, un flujo energético entre piedra y ser humano. El tiempo se dilata y su brillo inunda al afortunado conduciéndolo en un viaje. Pero, según la leyenda este viaje no está al alcance de todos. Se trata del poder de la esmeralda: ella sólo se deja encontrar por ciertas personas, ella elige de quien se deja atrapar. Esos instantes efímeros y sugestivos asociados a la esmeralda vividos por los personajes involucrados en la minería artesanal son el punto de partida de este proyecto.

A través de estas imágenes no busco documentar la práctica minera directamente, sino que el espectador sienta ese instante de encuentro con la piedra, que está rodeado de enigma. Es la llamada “fiebre verde”: cuando surte efecto, surge un vínculo espiritual con la naturaleza, un flujo energético entre piedra y ser humano. El tiempo se dilata, un brillo inunda al afortunado. Los guaqueros persiguen esa sensación. Luego de encontrar una piedra ya no es posible dedicarse a otra actividad. Con este proyecto, buscaba acercarme a la minería al aire libre y a los métodos artesanales de extracción, que van desapareciendo poco a poco (además de recuperar las creencias populares sobre la esmeralda, que van más allá́ de su valor económico y que resaltan su poder enigmático). Ahora, mi intención es conocer a fondo las minas de Chivor y Gachalá, donde todavía estoy dando mis primeros pasos. El proyecto continúa».

Ana Núñez Rodríguez

Entrevista:


P.D.F.: Los indígenas muzos habitan en las zonas montañosas de Boyacá ¿Cuál era realmente la relación que tenían esos pueblos indígenas con relación a las esmeraldas? ¿Por qué ejerció tanta fascinación en ti esta piedra?

A.N.: Nacidas de las profundidades, las esmeraldas contienen en sí mismas las fuerzas y energías acumuladas durante milenios provenientes del seno de la tierra lo que ha hecho que a lo largo de la historia se le haya otorgado un carácter místico en diferentes culturas. En las montañas de Boyacá habitaban los indígenas muzos, que siempre estuvieron vinculados a la minería y veneraban las esmeraldas, parte importante de su cultura y cosmogonía ya que veían en ellas un medio para expresar y ahondar en su espiritualidad por medio de esa actividad de extracción minera.

Según el mito, Ares, el dios supremo, creó a Fura, una mujer, y a Tena, un hombre, como padres de la humanidad. Un día apareció Zarbi, un joven apuesto en busca de la flor de la juventud –una orquídea, tal vez–, y pidió a Fura que lo acompañase a la montaña en su búsqueda. Ella accedió y una vez en la cima le fue infiel a Tena, quien mandó matar a Zarbi y obligó a Fura a cargar con el cadáver durante ocho días. Las lágrimas de Fura penetraron la tierra y se transformaron en esmeraldas, y sus gritos en mariposas azules. Tena enloqueció, la mató y luego se suicidó. Ares transformó sus cadáveres en peñascos, de donde se extrae la flor de roca y que llevan sus nombres: Fura y Tena. En los cerros de Fura y Tena se encuentran las mejores minas de esmeraldas, 3000 especies de mariposas y es el lugar donde los indios Muzos rendían culto y ofrecían sacrificios. Con la llegada de colonos, las esmeraldas pasaron de ser un elemento sensorial, espiritual y simbólico a uno puramente mercantil.

P.D.F.: Es interesante que retomes la mitología como inspiración para el proyecto. La cosmogonía de los esmeralderos resuena mucho con tu fotografía. Hay un misticismo evidente en ese trabajo. Me parece que ambos buscan una serie de visiones o de imágenes de esa búsqueda de “La Flor de Roca”, como la llamas. En esa búsqueda hay silencio, horas de espera y una relación de mucho respeto por la montaña y todo lo que puede contener. ¿Cómo se fueron generando esas imágenes? ¿Hay alguna que haya podido despertar en ti una sensación similar a la que tenían los muzos con la esmeralda?

A.N.: Creo que curiosamente existe una analogía entre la búsqueda de la piedra y mi propio proceso creativo en búsqueda de un lenguaje fotográfico adecuado al proyecto. En ambos casos se requiere de tiempo, dedicación y exploración hasta que finalmente florece una chispa que lo transporta a uno a otro universo personal.

Lo más importante para mí era que el espectador no necesariamente viera, sino que se sintiera sumergido en un viaje sensorial. Esa condición oculta del paisaje, el misterio y leyenda que rodea a la piedra y que va más allá de su valor económico era la idea que quería que floreciese detrás de mis imágenes. Fue un proceso complejo, basado en la traducción visual de los relatos de quienes fui conociendo y de mi propia experiencia en el terreno e inspirado en gran medida por los enfrentamientos y contrastes que se encuentran en estas tierras: ciencia-superstición, presencia-ausencia, ver no ver, cuerpo humano vs cuerpo montaña, opulencia-pobreza, sol-oscuridad.

En ningún momento vemos la esmeralda, pero utilizo los tonos de ese embrujo verde asociados a la piedra que reproducen a su vez la gran cantidad de tonos que se aprecian en la zona. Mis imágenes están en clave baja, con alto contraste y enfatizan la estética paisajística del lugar. En contraposición a la gama de verdes, manejo el color opuesto en el círculo cromático: el rojo, siguiendo la idea de una tierra de contrastes, no solo en el plano paisajístico, sino también en el conceptual. Además, el rojo me ayuda a generar atmósferas más irreales y oníricas.

P.D.F.: Háblanos más del imaginario visual que recreas en esas fotografías. El misterio está también en esa expresividad de las imágenes que son materia, color, luz, texturas del paisaje y de la gente sin llegar nunca al límite de contarlo todo, de explicarlo todo. El humo es un elemento muy presente en tus fotografías. Habla de ese misterio que viene de la esmeralda que no vemos, como tú lo explicabas. Esta obra no está muy asociada a la reportería gráfica. ¿Cómo lo definirías?

A.N.: El trabajo busca alejarse de la reportería gráfica y del imaginario visual colectivo de la minería de esmeralda y explorar la capacidad de la imagen de estimular estados emocionales. Busca indagar en la relación entre el individuo y el entorno considerando estos vínculos como fenómenos afectivos. De este modo, la esencia del mismo se encuentra en utilizar la emoción como elemento narrativo conductor y recurrir a los paisajes, retratos y objetos como guías de viaje, elementos que componen una serie de imágenes mentales que en su conjunto configuran una especie de cartografía sensorial. El resultado: fotografías llenas de fantasía y misterio que estimulan un sentido de pertenencia de las emociones y que permiten a cada espectador trazar su propia ruta.

P.D.F.: ¿Qué es lo que ustedes han decidido mantener en silencio, fuera de enfoque o lejos del libro para conseguir que Flor de Roca no fuera un reportaje, ni una crónica, sino más bien un fresco, una obra táctil y sensible del encuentro con la esmeralda? 

A.N.: No mostrar ninguna imagen de la esmeralda fue una decisión clave, la esmeralda se esconde en los tonos verdes de las imágenes que el lector va descubriendo mientras guaquea. Queríamos transmitir la idea de que los guaqueros pueden buscar durante muchas jornadas enteras y no encontrar nada y esa ilusión de encontrar algo hace que uno siga buscando incesantemente. Además, era importante para nosotros transformar el libro en una porción de tierra que cada lector debe escarbar con sus propias manos para recrear una experiencia sensorial, no sólo a través de la visualidad sino trasladarlo al plano físico.

L.O.: No romantizar el oficio de la guaquería, ni la búsqueda. Quisimos hacer que la gente disfrute o se aterre con la experiencia, y atreverse a ser fiel a la determinación y la rudeza que implica escarbar la tierra todos los días. Para lograr esto tuvimos que alejarnos de materiales finos, irnos por un papel más poroso que se sintiera casi como una gaceta a la hora de abrir, pues el objetivo del libro era replicar la experiencia de búsqueda, y teníamos que hacer un libro funcional. Esto quizás para algunas personas es una decisión difícil, pero para el equipo fue la mejor forma de resolverlo y ser fiel con el territorio mismo de donde dónde nace el libro, un lugar hostil y rudo en su naturaleza. Esto dentro del universo del foto-libro –en el cual acabo de aterrizar- creo que es bastante difícil, pues hay unos estándares anclados a la calidad de la imagen y a la espectacularidad del libro, son como un kínder sorpresa. Flor de Roca también funciona como un kínder sorpresa, con la diferencia de que quizás la sorpresa no existe, o que la sorpresa es otra. Lo que lo invitará al lector a seguir abriendo sus páginas o a cerrar el libro.

Wa.C.: La idea de nunca mostrar la esmeralda me encantó desde el principio, además de ser más coherente con el estilo de Ana y sus fotos que más que enseñar, sugieren. Cuando pedí que me enviase más imágenes del proyecto, recibí unos retratos de guaqueros y algunas otras imágenes que ella misma definió “de registro”: estaba claro que el enfoque no era describir la labor sino transmitir la obsesión por encontrar la piedra y no alcanzarla. Aún así me sirvieron mucho para entender el proceso y también acabamos recuperando algunas donde los gestos de los guaqueros trabajando conservan tensión y misterio.

P.D.F.: Ana, en un texto que escribiste para El Malpensante bajo el título Flor de roca contabas lo siguiente: “Desde la época prehispánica ha estado ligada a la historia de esta tierra, arrastrando consigo alegrías, penas y conflictos. El más reciente fue la llamada “guerra verde”, que comenzó́ en los años setenta y tuvo una breve tregua cuando se firmó la paz entre familias esmeralderas en 1990; un conflicto que no tuvo mucha visibilidad en los medios, porque el narcotráfico –que también metió́ la nariz en este negocio– lo opacó”. Eso significa que esa búsqueda también ha estado marcada por la guerra. ¿Cómo influenció este contexto en tu trabajo fotográfico? ¿Hubo en tu experiencia en Boyacá algún indicio de tensiones y conflictos entre los mineros artesanales y otro tipo de minería? ¿Si bien hoy no hay guerra verde, cuál es el contexto se vive en esas zonas mineras?    

A.N.: A pesar de que la guerra verde llegó a su fin, ese conflicto está muy presente en la memoria de los guaqueros que constantemente en nuestras conversaciones recordaban la situación tan violenta que les tocó vivir a muchos de ellos.  Como ellos mismos decían el territorio está manchado de sangre. Recuerdo que cuando íbamos en un 4×4 hacia la playa en donde se guaqueaba el conductor me señaló la curva de la muerte, lugar recordado por todos los que fueron asesinados y echados ahí. Muchos todavía recuerdan episodios realmente violentos y sanguinarios que sucedieron en esa época.

Uno de los cambios más importantes en la zona fue en 2013 después de la muerte de Carranza, con la venta de la principal mina del municipio de Muzo, “Puerto Arturo”, que pasó a ser de la empresa estadounidense Mineral Texas Company (MTC) que compró las concesiones de las principales familias. Esta empresa multinacional deja a las poblaciones tradicionalmente guaqueras fuera de la participación en la minería. En mis visitas a la playa en Muzo, pude ver cómo empleados de MTC expulsaban a guaqueros de la zona y es que la multinacional ha ido restringiendo más y más las zonas en las que se puede guaquear.

P.D.F.: Descríbenos un poco más cómo son esos territorios de Muzo y Otanche.

A.N.: Ese territorio paisajísticamente es único. Está rodeado de montañas frondosas con miles de tonalidades de verdes que contrasta con las zonas de extracción totalmente negras. Durante el amanecer siempre está rodeado de niebla y cuando se desvanece aparece un sol tan fuerte que hace que los guaqueros sólo puedan trabajar en las horas más tempranas.  Un aspecto también curioso es cómo el terreno ha cambio con el tiempo debido a los constantes movimientos de tierra y de cómo se han ido mordiendo las montañas.  En mis primeros viajes a Muzo visité al fotógrafo del pueblo que me mostró imágenes de la playa de los años 80 y comparado con la actualidad se veía totalmente diferente. Lo curioso es que no sólo comparándolo con los años 80. Entre mi primer viaje y el segundo pasó un mes y ese breve período de tiempo me costó orientarme porque el terreno había sufrido muchos cambios.

P.D.F.: Cuéntanos un poco más sobre la relación que tuviste con el Guaquero de San Pablo de Borbur y qué pudiste aprender con él. ¿Qué cosas te enseño sobre ese misterio del paisaje, sobre esa búsqueda de la esmeralda? ¿Por qué decidiste seguir los trazos de un mapa que él dibujó para crear la secuencia de imágenes en tu libro?

A.N.: En uno de mis viajes conocí a este minero. Conversamos durante todo el trayecto en 4×4. Le conté sobre mi proyecto y él me habló de su experiencia guaqueando. Me preguntó dónde me hospedaba y yo le dije que no aún no sabía…realmente suelo improvisar durante los viajes, prefiero ir tomando decisiones sobre la marcha. Me propuso que me quedase con él y su familia y me gustó mucho la idea. Conviví con ellos durante varios días, fueron muy generosos conmigo compartiendo su experiencia de vida buscando esmeraldas. En el garaje tenía este mapa gigante que había ido construyendo con el paso de los años, pasé horas fotografiándolo, ¡ese mapa era una verdadera gema!

Algo también interesante en su caso, y que creo que es común a la guaquería en general, es ese extraño equilibrio entre ciencia y superstición. Por un lado, él había construido ese mapa a partir de cálculos matemáticos, pero por otro recurría a la magia blanca y rituales esotéricos que consideraba le ayudaban a encontrar la esmeralda. Ese aspecto mágico se ha ido transformando con el tiempo pero está muy presente.

P.D.F.: Hacer un libro de fotografía requiere de un tiempo de reflexión, de un trabajo dedicado en el que poco a poco se pueden ir buscando formas de narrar en imágenes algo que se ha podido vivir como experiencia. Tu libro parece no tener esa narrativa clásica. ¿Eso fue algo que buscaste crear con el equipo editorial y de diseño? ¿Cómo se hizo la secuencia de imágenes en este libro? ¿Y qué querías explorar con este formato? 

A.N.: “A los pies del esmero reverdece”. Esta frase, escrita por Laura Oliveros, se encuentra en la primera página del libro. Sintetiza muy bien la vida de los guaqueros y del libro en sí mismo. Los mineros artesanales dedican largas jornadas a la búsqueda de esmeraldas y en la mayoría de los casos vuelven con las manos vacías. Se trata de un trabajo que requiere de gran entrega y esfuerzo y queríamos trasladar esa idea al libro. Concebimos el libro de modo que el pasar de las hojas simboliza el movimiento de tierra realizado por los guaqueros en busca de la piedra. Con el formato elegido buscábamos que el lector se acercara a esa búsqueda a través de la exploración del libro. El lector se enfrenta a una porción de tierra, un libro completamente negro que tiene que rastrear mediante el uso del intonso si desea descubrir las imágenes que lo conducirán en un viaje. 

L.O.: La selección de fotografías y la narrativa creada por Ana y Walter le dieron sentido lo que esconden las páginas negras, pues ellos generaron unos ritmos de búsqueda determinados por tres jornales de trabajo. La secuencia tiene una narrativa muy honesta que da sentido al libro. De igual forma, Ana tenía muy presente algunos elementos que dentro de esa búsqueda y durante la edición de imágenes se hicieron indispensables, como el mapa que custodia las guardas, calcado de un mapa hecho por un guaquero de la zona que es una memoria de quince años de trabajo para él. Es su herramienta de trabajo, su forma de conocer y navegar su territorio. Este es un el elemento importante que abraza y le da sentido al libro.

Wa.C.: Cuando Ana me invitó a entrar en el proceso de edición, la decisión de utilizar el intonso había sido tomada. Confieso que tenía un poco de miedo sobre como los lectores podrían seguir el hilo de una secuencia en la que, una vez rasgadas las páginas, a cada doble imagen de color hay una doble negra que la envuelve… Me pareció complejo, ¡pero acepté el desafío! Después de escuchar a Ana describiendo el proyecto, imprimí pequeñas copias de las imágenes que me envió y empecé a jugar con ellas en el suelo de mi casa, tentando entrar en la atmósfera con unas buenas músicas colombianas mientras fuera de la ventana el invierno holandés se hacía cada día más gris.

Entendí que para traducir la labor diaria y a menudo frustrante de los guaqueros, tenía que estructurar la edición en jornadas, hacer que los lectores pudieran identificarse con la rutina de levantarse temprano, estudiar los mapas, adentrarse en esas zonas de tierra negra, hundir las botas en el barro, cada día con en la esperanza de encontrar la piedra a cualquier momento. Con esta estructura en mente empezamos a secuenciar las imágenes en un experimento de edición remota: a pesar de tener un océano de por medio conseguimos trabajar en tiempo real usando la app de moodboards.

P.D.F.: El recorrido de este libro para por la secuencia de las imágenes. Muchas de ellas evocan momentos de profunda conexión con el entorno. El respecto hacia la tierra es muy grande en esas imágenes. Sin embargo, no podríamos decir que estas son fotografías contemplativas. Hay una fuerte expresividad en todas ellas. Muchas parecen evocar acciones, gestos, una búsqueda incesante del oro verde. ¿Qué es lo que sugiere la noción de recorrido, de cartografía?  ¿Hay alguna reflexión en términos de recorrido por el espacio-tiempo en la forma como se hizo este libro?

A.N.: Lo que buscábamos a la hora de hacer el libro era materializar todos esos recorridos a diferentes niveles. Desde el recorrido del terreno y su rastreo hasta el recorrido individual y personal que implica dedicarse a esa búsqueda. Quise siempre jugar con esta dualidad y de echo varias imágenes evocan también esa cartografía emocional, como se desgasta el territorio y la montaña se consume pero también como ese agotamiento se refleja en el cuerpo.

P.D.F.: Con respecto al diseño hay una carátula muy sugerente pero también muy sobria en sus trazos y en sus tonos. Con pocas figuras geométricas y un color verde intenso le das un valor simbólico a la obra. La esmeralda aparece sugerida en el brillo del color y es lo que rompe con el negro de la tierra y el verde oscuro del bosque de ese lugar sagrado. Me parece interesante que no hayas incluido una imagen y que tampoco sepamos por anticipado que la Flor de Roca de la que hablas es en realidad una esmeralda. ¿Cómo tomaron esas decisiones?

L.O.: Las decisiones de diseño fueron el resultado de una larga conversación que comenzamos con Ana en el 2018, cuando ella me mostró su proyecto y pensamos en la idea de hacer un libro. A lo largo de esos dos años las decisiones fueron cambiando mucho, pasando de un libro complejo que tenía textos incluidos, fotos de tierra en todas sus páginas, un volumen más amplio, lleno de referencias y elucubraciones alrededor de la piedra; sin embargo tantos contenidos fueron volviéndose accesorios, y con el tiempo la propuesta se depuró a los hallazgos mismos que Ana había construido con Flor de Roca, condensando la propuesta a partir de: el terreno, la gráfica (un mapa dibujado durante años por un guaquero de la zona) y la economía material misma que propone el paisaje, con el uso repetitivo de materiales (tierra, tejas de zinc, tapas de cerveza, palas, metros de polisombra). Esto último define el concepto del libro. Y también hizo que todo lo demás quedara de lado para apuntalar la búsqueda de lo que era Flor de Roca: Una porción de tierra impresa que enaltece materiales y memorias, un volumen que propone más dudas que certezas. Un libro que invita a buscar esmeraldas, y terminar encontrando la vida del que guaquea.

En el caso de la portada, inicialmente iba a ser negra, siguiendo la idea de hacer una porción de tierra impresa, pero con el tiempo -casi que a puertas de imprimir- vimos que estábamos tan embelesadas con la idea, que el libro se había vuelto completamente enigmático. Es por eso que decidimos hacer que la cubierta fuera verde, y quizás no un verde esmeralda, pues es el color que un guaquero más busca, pero el que menos puede ver. El universo esmeraldero está lleno de muchos verdes, en este caso es un verde “polisombra” que abunda más que la misma esmeralda. Es una portada que se pensó como un señuelo llamativo que invita al lector a buscar el verde esmeralda que quizás ni siquiera podrá verlo al rasgar todo el libro. Este gesto de rasgar, también influenció la elección de la tipografía, por eso elegimos un espécimen que tiene terminaciones toscas y obtusas, una reafirmación a lo que invita la bastedad del negro, que para romperlo hay que arriesgarse a tomar una decisión y relacionarse con las imágenes de otra forma, tomando la decisión de hacer una lectura lineal o quizás nunca hacerla y conservar el libro cerrado.

P.D.F.: ¿Han podido entregarles algunos libros a los guaqueros de Boyacá? ¿Cómo han reaccionado ellas con respecto a esta visión de artista, a esta representación sensible de su propio mundo?

A.N.: La idea de hacer una presentación del libro en la zona estuvo presente desde el comienzo. Queremos que el libro vuelva a donde nació y también conversar con las personas que lo inspiraron e hicieron posible. Consideramos que es necesario que se abran diálogos y sinergias más allá del mundo fotográfico; vemos la fotografía como una herramienta imprescindible para abrir nuevas conversaciones, crear espacios entre diferentes miembros del a sociedad y como un recurso fundamental para la reconstrucción de la memoria tanto individual como colectiva. Ahora que el impacto de la pandemia ha remitido un poco el plan es organizar un lanzamiento allá y buscar conexiones locales para llevar a cabo el evento. ¡Los mantendremos informados!

P.D.F.: Si hablamos de expresividad, es importante mencionar los retratos. Cuéntanos cómo llegaste a esos retratos que demuestran un contacto muy cercano con los guaqueros y por qué los incluiste en el libro.

A.N.: Para mí era importante que el proyecto no estuviera enfocado en ningún guaquero o guaquera en concreto, pero sí consideraba esencial la presencia humana en las imágenes del libro para poder facilitar al público entrar en él. Creo que el tiempo es siempre la clave, después de compartir jornadas guaqueando con diferentes mineros y mineras, se genera una complicidad que permite hace que esa cercanía sea más sencilla. Integrarse en su modo de trabajo y vida es muy importante no sólo a nivel fotográfico sino para entender y empatizar con esa realidad y poder luego visualizarla.

P.D.F.: ¿ Qué libros de fotografía o de diseños los inspiraron durante en todo el proceso editorial?

L.O.: A lo largo del proceso tuvimos varios referentes que fueron y vinieron, pero los libros maravillosos de Thomas Sauvin en realidad fueron una gran inspiración, porque invitan al lector a interactuar con sus bellos libros-objeto. Para mí también fue importante ver un video del gran libro de Steve Carr, llamado Variations que les da vida a fotografías de los brazos de una bailarina en 200 posiciones. Eso era justo lo que queríamos generar: una invitación a activar las fotografías mediante la forma en la que el lector recorría el libro y hacerlo preformar una búsqueda.

Wa.C.: Confieso que, a pesar de tener una biblioteca de fotografía bastante grande, esta vez tenté no dejarme influenciar por uno u otro fotolibro en específico. Claro que aún sin querer, las referencias siempre acaban aflorando, y durante la edición me encontré escuchando ecos de Claudia Andujar, Geert Goiris y Carolyn Drake.


¡Gracias!

Web.

https://www.ananunezrodriguez.com/

Biografía

Ana Núñez Rodríguez, es una fotógrafa española nacida en lugo, España en 1984. Estudió Fotografía Documental y Creación Contemporánea en IDEP Barcelona y un Postgrado en Fotografía de la Universidad Nacional de Colombia. Sus trabajos han sido expuestos en España, Bélgica, Colombia y Japón. Obtuvo un magister en Fotografía y Sociedad en la Real Academia de Bellas Artes de La Haya (KABK). Actualmente forma parte de Lighthouse 2020-21, un programa para futuros talentos en Fotodok, Utrecht, en los Países Bajos.

Sobre el libro:

Video de presentación IDARTES:

Lanzamiento virtual:

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