Alfonso Moral, Bitácora, PUNTO DE FUGA, 2019

«Ahora hay alguien que grita;
llega justo como un meteoro
cayendo sobre un hermano
que hubiera pedido un deseo
más fuerte que el destino».
Khaled Soliman El Nassiry

El lenguaje de la fotografía documental, más cercano al fotoperiodismo y a la crónica que a cualquier otra representación de la realidad, ha estado enfrentado a la pregunta: ¿cómo mostrar la realidad cuando el hombre se enfrenta al caos de la guerra sin caer en los estereotipos y generar aversión o indiferencia ante el sufrimiento humano? ¿Cómo crear reportajes que reflejen la complejidad de los países en conflicto sin caer en el pathos de la violencia y del sufrimiento?

Desde 2004, el fotógrafo español Alfonso Moral ha recorrido el medio oriente en busca de reportajes y crónicas fotográficas que reflejen el estado de conmoción de sociedades marcadas por la violencia, registrando, entre otros acontecimientos, los desmanes de la guerra siria y sus efectos en el vecino país, el Líbano. Sus años en el medio oriente lo han enfrentado a múltiples realidades: la adicción en Afganistán, la vida de los palestinos refugiados en el Líbano y la relación del hombre y la naturaleza en las selvas tropicales de Brasil y Guatemala.  

A las fotografías publicadas en los medios, se unen otros viajes y otras experiencias de la fotografía que van más allá de las zonas de guerra. Entre sus proyectos más personales está su labor de recuperación de imágenes de archivo que expresan el frágil equilibrio que existe entre la calma y el tormento, la tranquilidad y el furor en países como el Líbano. PUNTO DE FUGA recibió la invitación del fotógrafo para entablar una conversación entorno a su obra. Este ha sido el resultado de ese diálogo.

Entrevista

P.D.F.: Alfonso, desde 2004 has estado recorriendo Líbano, Palestina, Afganistán, Libia y Siria, regiones del medio oriente que han estado bajo una profunda crisis política. Siria ha estado desde 2011 sumida en la guerra civil. Desde ese entonces diversas fuerzas empezaron a disputarse las zonas fronterizas del país. En 2019, las Fuerzas Democráticas Sirias y la Unidad de Protección Popular Kurda YPG extendieron su presencia en el este del país desde las fronteras de Turquía e Irak hasta ciudades grandes urbes como Ar-raqqah; el Ejército Libre Sirio y Turquía se disputan el control de los alrededores de Alepo contra las fuerzas de Tahrir Al-Sham (Al-Qaeda) y tienen presencia también en el sur del país mientras que el Estado Islámico de Irak y el Levante (Dáesh) sigue todavía ocupando algunos territorios del centro del país. ¿Cómo has entendido tú la situación en países como Siria? ¿Qué has podido registrar como fotógrafo de la situación allá?

A.M.: Mi trabajo en Oriente Medio ha ido evolucionando al igual que yo como fotógrafo. Cuando comencé a hacer fotos en estos países me movía un espíritu aventurero, era alguien que quería conocer la realidad de primera mano, vivir experiencias, contar al mundo las grandes injusticias. Recuerdo esta época con gran cariño, sobre todo por la inocencia que a veces se tiene cuando se empieza a trabajar en foto periodismo.

Pero hace años que ya no soy ese fotógrafo y mis trabajos actuales como Cero o Catálogo Irracional de Feinicia son prueba de ello. Cero para mí también es un inicio: dejé atrás definitivamente la fotografía documental para entrar en un mundo más personal y abierto. Creo que por fin empecé a hacer lo que realmente me gusta que es contar historias y experimentar con los formatos fotográficos.

Estudié periodismo en mi ciudad natal, Valladolid, y en segundo año de carrera me di cuenta de que lo que me gustaba era hacer fotos en blanco y negro de árboles y casas de barro en el pueblo de mis abuelos, así que finalmente, a mitad de carrera, me fui a Barcelona a estudiar fotografía y allí me quedé. Al principio mi interés por la fotografía era puramente artístico, aunque mi pasión por conocer y viajar me hizo de algún modo volver a la fotografía documental. Siempre he estado un poco en este dilema, en este conflicto personal entre la fotografía documental y mi fotografía más personal. Lo que mantengo siempre un interés por el ser humano en todos los niveles.

El país de Oriente Medio que mejor conozco es Líbano, he viajado a ese país desde hace muchísimo tiempo y he vivido allí más de 5 años. Precisamente, la primera vez que visite el Líbano fue cuando pasaba una temporada en Siria en 2004. En 2006, estalló un conflicto entre Hezbollah y el ejército israelí en Líbano así que volví de nuevo casi por necesidad. Siempre tuve curiosidad por ver una guerra con mis propios ojos, la verdad no sé muy bien por qué. Aquella fue mi primera relación cercana con un conflicto armado, fue la primera vez que vi las consecuencias de una guerra en la población. Recuerdo pasar alguna noche llorando con el olor a cuerpos quemados aun en mi cama. Fue duro. Después seguí visitando el país hasta que hace unos años me instalé allí. En 2017 me fui para instalarme en Berlín. Muchas personas me preguntaban si no era peligroso vivir en Líbano y, la verdad, es una pregunta que me daba pena, porque la imagen que importan los medios de comunicación suele ser sensacionalista y superficial. Creo que el Líbano es mucho más que eso.

Con Siria mi relación también ha ido evolucionando. En 2004, estuve unos meses conociendo el país. Por cierto, es un lugar maravilloso, con una gente encantadora. Después he vuelto varias veces antes de que estallara el conflicto. En 2013, tuve la ocasión de entrar en Aleppo para acabar mi trabajo Cero, y realizar un pequeño documental sobre la generación joven de artistas que tuvo que abandonar la ciudad y empezar una nueva vida en Líbano y vivir como refugiados en Europa. La situación en Siria es tan compleja que no estoy capacitado para realizar un análisis en condiciones. Mi trabajo allí fue, en el caso de Cero, un recorrido personal de lo que yo veía, del paisaje de la guerra y de la gente en ese entorno. 

P.D.F.: Tu serie Kabul River parece no querer mostrar únicamente la violencia de un conflicto. Al seguir el recorrido de este territorio irrigado por el agua has podido entender que en sus faldas también hay gente que vive a pesar de la guerra. ¿En tu trabajo como fotógrafo documental –y no únicamente como fotoperiodista-, usas la fotografía como un instrumento de denuncia o buscas adentrarte en la realidad de esos territorios para mostrar las contradicciones de quienes viven allí, abriendo la posibilidad a una liberación a través de la imagen?

A.M.: Afghanistan me ha cautivado como país desde que empecé a ser fotógrafo. Era un lugar remoto e inaccesible y poder ir allí, era para mí, como un sueño. Aún recuerdo la primera vez que vi las montañas afganas desde el avión y cómo sentía la emoción del viajero que llega al destino soñado. Allí he desarrollado muchos trabajos fotográficos, desde los más puramente foto-periodísticos al principio de mi carrera hasta los más personales, como Kabul River. Este trabajo es un homenaje a la ciudad de Kabul, en la que he pasado mucho tiempo. Es una visión de la ciudad, ajena a los militares y a las bombas, la ciudad que a pesar de todo permanece y sobrevive a un conflicto eterno, al igual que el río que recorre la ciudad. 

La fotografía como arma de denuncia es muy importante y me gustaría pensar que a veces consigue este objetivo. En mi caso ha funcionado muchas veces como herramienta para conocer otras realidades, una manera de vivir otras vidas. Después de todos estos años haciendo fotos, creo que lo que me sigue empujando a continuar en esto es la curiosidad por conocer al ser humano.

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P.D.F.: La primera vez que recibí un mensaje tuyo me mostrabas el contenido de un proyecto editorial con fotografías en blanco y negro presentadas del mismo modo en que fueron reveladas en una hoja de contacto. Se trata de Cero, la obra que mencionabas anteriormente. El libro viene acompañado de un texto escrito por Hannes Wanderer que evoca la sensación del caos y la imposibilidad de acabar con la guerra.

Dice lo siguiente: Cero proviene de la palabra árabe safara, que significa estar vacío. Los árabes asignaron este número a la ausencia de cantidad. Este libro propone un acercamiento a este concepto de Cero a través de las fotografías tomadas en Libia y Siria en un período de conflicto armado, entre el principio y el final, entre lo positivo y lo negativo, en un tiempo suspendido. Parte de los sueños rotos de la revolución libia hasta llegar a la guerra interminable en Siria que ha sumido al país en el caos. Cero hace referencia a la suma de múltiples actores y situaciones que no llevan a ningún resultado; no hay solución posible en el horizonte; cero como una suma vacía; cero como colapso”. Una parte de ese discurso habla de la imposibilidad de encontrar un fin a la guerra, pero otra, contenida en las imágenes muestra que aún en medio de la guerra la vida sigue. ¿Cómo explicas ese dilema? ¿Es el caos una forma certera de describir lo que se vive allí o es más bien una impresión que provoca una guerra cambiante que nos es difícil entender?

A.M.: En relación al texto, tuve la suerte de conocer Hannes Wanderer en Berlín, al poco tiempo de llegar a vivir aquí. Al más ver el trabajo de Cero quiso publicarlo con su mítica editorial de fotografía Peperoni Books. Estuvimos casi un año diseñando el libro, entre conversaciones muy interesantes en torno a la fotografía.  La vida a veces es injusta y el gran corazón de Hannes falló antes de terminar el libro. Nos dejó un vacío enorme en el mundo de la fotografía en Berlín, difícil de recuperar. Su pasión por este medio y su generosidad eran inacabables.

Es importante resaltar que en la guerra no todo es blanco y negro, hay una escala de grises inmensa. La guerra es un momento extremo en un país donde las reglas normales de convivencia cambian. Me aterrorizan las armas y la violencia y siempre he pasado mucho miedo en estos contextos. Sin embargo, hay algo único en un entorno de conflicto que son las vivencias personales, ver al ser humano al límite y ver cómo se comporta en esas situaciones. He pasado mucha tristeza, pero también he vivido momentos alegres, momentos de una vitalidad única. He visto lo mejor y lo peor de la gente local que sufre el conflicto, pero también de mí mismo y de otros como yo que llegan desde fuera para documentar este tipo de realidades.  

En Cero, intento buscar mi conflicto interior, el conflicto por el que pasa una persona ajena al país que fotografía. Me encontraba con el dilema de cómo presentar el trabajo, y este conflicto personal me llevó a Cero. Me preguntaba quién era yo para elegir las fotografías sobre un país en conflicto y quién era yo para mostrar lo que allí pasaba. Creo sinceramente que las únicas personas realmente capaces de documentar en profundidad un conflicto son las personas que viven allí, que conocen la realidad desde dentro, el fotógrafo que llega a estos lugares generalmente solo se queda en la superficie. Por eso me pareció que la herramienta de la hoja de contacto, como paso intermedio entre la toma de la fotografía y la impresión de la misma, me proporcionaba la herramienta para explicar estas sensaciones.

P.D.F.: El foto-periodismo y los reportajes que usan el lenguaje documental han buscado abrirse camino hacia nuevas formas de difusión que no son el clásico periódico o la revista. Tu eres uno de ellos. Con Zero, abres la posibilidad no sólo de publicar un libro, sino también de exponer ese trabajo en un espacio de exposición, como puede ser el museo. ¿En qué momento un fotógrafo como tú decide hacer un libro de este trabajo fotográfico? ¿Qué es lo que lo empuja a buscar estos formatos editoriales? 

A.M.: Yo no me considero foto-periodista, es una etiqueta que intento quitarme, muchas veces sin éxito. Cero es precisamente mi punto de partida hacia un trabajo más personal, hacia el fotógrafo que quiero ser. La idea surgió al ver todo el material que había fotografiado, en hojas de contacto, entonces me di cuenta que lo único que realmente me interesaba enseñar era todo ese trabajo para que la gente sacara sus propias conclusiones.

Hace poco leí una frase del fotógrafo Duane Michals (sin duda uno de mis fotógrafos favoritos), donde decía que la magia en la fotografía no está en enseñar las cosas como las vemos, la magia está en enseñarlas de una forma nueva o diferente. Cuando leí aquello, me sentí bastante representado porque me interesa explorar las posibilidades de la fotografía como elemento narrativo y en el caso concreto de Cero, buscaba una forma diferente para hablar de la guerra. El formato que mejor se ajustaba a este trabajo era sin duda el libro. También he hecho alguna exposición, pero solo pegando las hojas de contacto con chinchetas en la pared. No quería ver las hojas de contacto enmarcadas como fotografías clásicas.

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P.D.F.: El libro Cero tiene una configuración interesante. Inicia con un diario escrito en donde se retoman los eventos más importantes del día, como si fueran anotaciones para una futura publicación. Luego le siguen unas imágenes bajo la forma de un carrete de fotos revelado, mostrando todas esas fotografías en blanco o totalmente oscuras, producto del error o del intento por captar la realidad. La sobre-exposición o la falta de luz parecen ser también metáforas de esa búsqueda constante por registrar momentos significativos en medio de un conflicto violento. ¿Porqué decidiste editar el libro de esa forma? ¿Qué sentido le das a ese proceso de búsqueda de las fotografías? ¿Y qué es lo que finalmente queda retratado en esas imágenes del cotidiano en Libia o en Siria?

A.M.: Para mí no tenía ningún sentido tratar de contar lo que estaba pasando en Libia y Siria desde un punto de vista “objetivo”. Creo que la situación es demasiado compleja como para que una persona que viaja allí por un tiempo limitado sea capaz de mostrarla. Para mí este trabajo es mi viaje, enseño lo que yo he visto y también intento enseñar lo que no he visto. En este libro el espectador es libre de elegir y de tener una opinión propia. Todo lo que fotografié se puede ver, no escondo, ni maquillo ni retoco.

Cero es un libro de autor, de vivencias personales. El espectador tiene que participar en el proceso de edición y quiero que se sienta también confundido, al igual que me he sentido yo en este recorrido por las ciudades destruidas. Muestro la arquitectura de la guerra y la gente que habita ese entorno, sin más pretensiones. Y busco, en la hoja de contacto, un método de narración más allá de ser el soporte de la fotografía que se utiliza como paso previo a la edición final. También es importante en este libro las hojas de contacto que aparecen sin fotografías. Mi intención era mostrar la parte más cercana al conflicto sin fotografías y usar las fotografías para explicar mi propio conflicto y experiencia.

P.D.F.: Susan Sontag y otros pensadores de la fotografía como Roland Barthes se han preguntado qué es lo que convierte una imagen en un ícono, qué le concede ese poder a una fotografía de comunicar de forma tan contundente la realidad de tal forma que no somos capaces de olvidar nunca eso que vimos. Para Sontag, es importante que, en ese proceso de búsqueda de ese despertar de la conciencia a través de la imagen, la fotografía cruda, directa, vulgarmente violenta, no nos haga insensibles ante el dolor de los demás. ¿Cuál ha sido tu labor en el proceso de realización de esa serie y cómo has conseguido mantener el equilibrio y la lucidez en medio de ese contexto de confusión? ¿Qué es lo que la cámara según tú permite lograr? ¿Y qué distancia buscas tener con lo que observas?

A.M.: La verdad es que no me planteo en mis trabajos la distancia que debo tomar, creo que es algo que aparece de forma natural y que depende mucho del tema. De la misma forma para mí la cámara no es más que el instrumento para acceder a aquello que se fotografía, como la pluma del escritor. La cámara sirve para trasladar la idea a imágenes, aunque no hay que perder de vista que este instrumento no te debe alejar de aquello que fotografías, sobre todo cuando tu cámara está retratando a personas. Creo que en el libro de Cero, busco más bien los opuestos a estos conceptos de lucidez y equilibrio de los que hablas, es un libro donde se muestra mi confusión a la hora de fotografiar una guerra. 

Sobre la reflexión de Sontag y Barthes, creo que desde un punto de vista más abstracto no existe una realidad, sino nuestra percepción de la realidad. La misma fotografía puede generar sensaciones muy diferentes en distintas personas. La función de la imagen fotográfica como documento ha cambiado con la irrupción de la fotografía digital y a través, sobre todo, de las redes sociales y la llegada de las cámaras en los teléfonos. Prácticamente todo está ya fotografiado, todo se puede ver a nivel de imagen en nuestra cultura de saturación visual. En mi opinión, esta idea de imagen como objeto de consumo hace peligrar el mensaje del foto-periodismo y su función clásica se difumina. La relación entre estética y el foto-periodismo tienen muchos claro oscuros y se podría hablar largo y tendido. En mi caso ha habido una evolución, desde asumir que la estética ayuda a transmitir el mensaje hasta llegar a pensar que estética y foto periodismo son incompatibles en algunos casos.

Este pensamiento se define muy bien con el título de la biografía de Robert Capa escrita por Alex Kershaw: “Sangre y Champan”. Por poner un ejemplo, cada vez entiendo menos los certámenes de fotografía donde se premian fotografías de conflictos o de refugiados con galas tipo Hollywood donde no veo el beneficio a la gente fotografiada y sí que veo un proceso de estigmatización y despersonalización de estas personas. Con esto no quiero decir que no valore el trabajo de muchos profesionales que se dedican al foto-periodismo de una forma muy digna y respetable.

P.D.F.: Phoenicia: Irrational Catalogue es otro proyecto que has logrado convertir en formato libro. En este trabajo te enfocas en el Líbano, pero desde una perspectiva mucho más personal. Hablas de un territorio imaginario cuyo imperio – el de los fenicios- cubrió buena parte del Levante mediterráneo, una región denominada antiguamente Canaán que abarcaba zonas de los actuales Israel, Siria, Líbano y Palestina. Las imágenes parecen tener registros muy distintos – archivos propios, documentos encontrados, fotos de familia, etc.- pero todas van encaminadas a explorar esos valores que configuran a la sociedad árabe y sus culturas. Es un proyecto con una fuerte carga de humor. Como si el absurdo hubiera entrado ahora a reflejar el cotidiano en ese país. Desde 2012 te mudaste al Líbano. ¿Qué es lo que te ha llevado a abordar ese país desde una perspectiva más poética y más libre? ¿Has estado cerca de la Arab Image Foundaion de Zaatari o de Walid Raad?

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A.M.: Este trabajo es mi homenaje al Líbano, que considero mi segunda casa y donde he vivido muchísimas experiencias. Como parte de mi evolución en la fotografía hacia lo personal, este libro habla de un país imaginario en el sentido de que es el Líbano que yo veo, y me centro en lo que creo son sus características más peculiares. También quería saltar un poco por encima de esta visión estereotipada del país y mostrar un Líbano menos conocido desde fuera, pero más cercano a los propios libaneses. Efectivamente el humor está allí, porque es uno de los pilares de la sociedad libanesas y antídoto contra la inestabilidad y la incertidumbre. En este libro he trabajado con el diseñador libanés Ayman Hassan (Studio Zumra) ya que me parecía muy importante que en el planteamiento del libro y el diseño del mismo hubiera la visión de alguien que puede ver el Líbano desde dentro.

P.D.F.: El título es un oxímoron. El catálogo es por un lado ordenado, una forma de clasificación mientras que lo irracional es por definición insondable, impredecible y proveniente muchas veces del lenguaje emocional o inconsciente. ¿Porqué has llamado ese proyecto Phoenicia: Catálogo Irracional?

A.M.: El título de este libro surge de una conversación con mi buen amigo y gran fotógrafo Julian Barón. Cuando vio las imágenes del proyecto me habló de la idea del Catalogue Raisonné, recopilación de obra de pintura, dibujo, etc. Como suele pasar con Julián, dio en el clavo. Al trasladar esta idea al Líbano, me pareció adecuado utilizar el término irracional en cuanto a la parte de este país irracional, donde todo ocurre al mismo tiempo, la guerra, el amor, la apariencia, la amistad, la celebración, la muerte, etc. Quise mantener la idea de Catalogue Raisonné en el sentido de presentar el trabajo como una recopilación de obras de este país imaginario y cada fotografía está catalogada como tal.

P.D.F.: En este proyecto has considerado darle más espacio al imaginario en tu proceso fotográfico. ¿Cómo trabajar desde ese imaginario y a la vez reconocer los valores de una cultura tan compleja como la del mundo árabe? Lo digo porque en el Líbano viven los Drusos (divididos en Yuhal y Uqal), los Omeyas, los Alauitas, los Fatimíes, los ateos, los judíos y las decenas de comunidades cristianas y musulmanas.

A.M.: Una de las cosas que siempre me ha maravillado del Líbano es su diversidad cultural. Sin embargo, en este libro huyo de las divisiones sectarias para centrarme en los habitantes del Líbano, sin banderas ni signos políticos o religiosos. En estos momentos el Líbano está viviendo un momento de cambio en este sentido y la gente está en las calles reclamando a los políticos que se dejen de sectarismos y que es hora de que Líbano avance por un camino donde no importe tu religión o tu apellido. Creo que el sectarismo es aun la principal lacra del país desde el final de la guerra civil y ojalá de una vez por todas el Líbano pase página y vuelva al momento histórico que vivió antes de la guerra.

P.D.F.: En tu trabajo de video tienes un documental que se titula A City Without Dreams. Un refugiado habla de la vida en Aleppo, de cómo las noches estaban llenas de vida, a diferencia de lo que se vive en Beirut, en el Líbano. Abordas este tema desde una perspectiva muy interesante porque las imágenes de la ciudad permiten contemplar con tranquilidad la tarde mientras la voz en off del refugiado sirio que huye de la guerra en dirección a Beirut recuerda. ¿Cuándo un exiliado deja su tierra por la fuerza, huyendo de la violencia puede alguna vez volver a encontrar la tranquilidad o se convierte en un nómada constante? ¿Cómo ves tú la situación de esos refugiados palestinos?

A.M.: Desde que empecé a trabajar como fotógrafo he desarrollado paralelamente mi trabajo en el mundo del video documental. Casi siempre he trabajado como cámara o director de fotografía y este trabajo era el primer documental que dirigía. Quise personalizar el conflicto que se vive en Siria a través de la situación de una pareja de artistas sirios que huyeron a Beirut y que actualmente viven en Suecia. Conocí a Nouri y Hiba en Beirut y rápidamente conectamos muy bien. Me di cuenta de que estos refugiados podíamos ser cualquiera de nosotros.

Me imagino que la situación de la generación de jóvenes que han tenido que abandonar Siria no es homogénea y habrá casos en los que han encontrado la tranquilidad y otros en los que se produce un desarraigo. En este caso concreto, tanto Nouri como Hiba han pasado por un duro proceso de adaptación en Suecia lo que ejemplifica las consecuencias a largo plazo de una guerra.

P.D.F.: No puedo sino pensar en lo distinto que debe ser Alepo hoy en día con respecto a lo que el refugiado recuerda. La ciudad ha cambiado con la guerra. Pero en el imaginario del refugiado éste es un lugar alegre. Hay un poema de Borges que se titula Tamerlán en el que el escritor habla de este conquistador musulmán de origen turco en su conquista de Eurasia en 1399. Alepo aparece como una ciudad incendiada. Así al menos es como se nos ha contado la historia, a través de sus tragedias, de sus guerras, de sus revoluciones. ¿Has estado en Alepo? ¿Es Siria un país totalmente en ruinas, irreconocible, tal y como lo hemos visto a través de los medios? ¿Qué has podido ver tú en Siria que nosotros no vemos? Te lo pregunto porque muchas veces la fotografía puede generar algunas distorsiones en nuestra percepción de la realidad, mostrándonos únicamente aquello que no va bien.

A.M.: Conozco Siria antes de la guerra y había estado en Alepo en la época anterior al conflicto, donde hice un pequeño reportaje sobre los bazares en la ciudad antigua. Cuando regresé a la ciudad en 2013, casi toda la ciudad antigua estaba dañada o destruida por el conflicto armado. En el proceso de búsqueda de imágenes de archivo para el trabajo de Fenicia Catálogo Irracional, encontré en Beirut casualmente un archivo de fotografías de fiestas en casas de Alepo de los años 50. Esas fotografías me impactaron muchísimo porque muestran un país vital, alegre, y alejado del conflicto. Con esto no quiero decir que en los años cincuenta Siria fuera el país de las mil maravillas, pero desde luego que si comparamos esas fotografías con el Alepo de estos últimos años no tiene nada que ver. Siria, como cualquier país que sufre un conflicto, va a tardar décadas en recuperarse de la situación actual, porque las casas se pueden reconstruir con relativa facilidad, pero las consecuencias de un conflicto sobre la población no se borran tan rápido. 

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P.D.F.: En otro proyecto colaborativo tuyo titulado Invisible Borders: BEIRUT_BERLIN, hablas de la posibilidad de unir dos ciudades a través de su historia, de un pasado muy similar. Te preguntas: ¿Qué restos comunes, tanto físicos como intangibles, pueden extraerse de ambas ciudades? ¿Cuán similares pueden llegar a ser Berlín y Beirut cuando uno mira más de cerca sus heridas físicas, sociales y psicológicas casi tres décadas después del final de una era? ¿Cómo se puede reforzar aún más el puente entre ambas ciudades? Cuéntanos un poco cuáles han sido tus conclusiones o algunos de los hallazgos a los que llegaste. Pero sobre todo quisiera saber qué papel han tenido las imágenes (postal, video, fotografía) en este proceso de construcción narrativa de estas historias comunes.

A.M.: Este proyecto fue ideado por la artista visual Andrea Monrás, que además es mi pareja. Ella había vivido en Berlín y después en Beirut y fue ella la que estableció esta relación entre las dos ciudades al ver ciertas similitudes en cuanto a las huellas que dejó la división en las dos ciudades, en el caso de Berlín con el muro y de Beirut con la línea verde. Mi trabajo fue ayudar a crear visualmente esta sensación de fronteras invisibles y de lazo entre las dos ciudades. Me sorprendió conocer, a través de las entrevistas que hicimos en Berlín, que la sensación de división entre los habitantes de la ciudad que vivieron en la época del muro está muy presente y, sin embargo, para las nuevas generaciones prácticamente ha desaparecido.

Fue un gran reto porque las fronteras ya no estaban allí. Las imágenes y material de archivo durante la época, cuando las ciudades estaban divididas, nos ayudaron a contextualizar el proyecto. El material en vídeo mostraba, por un lado, las impresiones de unas 50 personas entrevistadas sobre su percepción de la división en ambas ciudades y, por otro lado, enlazaba imágenes de las zonas por donde pasaba el muro de Berlín o la línea verde en Beirut. En la instalación también se podía ver un vídeo con el recorrido por las dos ciudades, en paralelo, atravesando la ciudad en el autobús que cruza del este al oeste en Beirut y el tren que hace lo propio en Berlín.

P.D.F.: ¿En qué estás trabajando actualmente?

A.M.: Actualmente estoy terminado un nuevo libro de fotografía Somnium. Es un trabajo de colaboración con el diseñador libanés Ayman Hassan / Studio Zumra con el que ya trabajé en la realización del Catálogo Irracional de Fenicia. Se inspira en el primer libro de ciencia ficción, sobre un viaje a la luna, creado por el astrónomo Johannes Kepler. De esta forma creamos un libro de fotografía de ciencia ficción para ver, desde el futuro, la conquista humana de los exoplanetas y reflexionar sobre los rasgos más generales del ser humano. Quizás desde un punto de vista un poco pesimista, viendo que allá donde vayamos, cometeremos siempre los mismos errores.

Por otro lado, estoy terminado mi primer corto de cine en Berlín Universum Park. Estos dos trabajos recogen mi interés por la astronomía, un campo que me apasiona desde hace tiempo y que estoy trasladando a mi campo de trabajo.

Este año he creado también una pequeña editorial de fotografía y artes visuales llamada Anti-books, que precisamente comencé con el libro de Cero y ha continuado con la publicación Open/Ocuppy una recopilación de la escena de artistas de Berlín en contra de la gentrificación. La idea es seguir creciendo el año que viene con nuevas publicaciones.

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Texto.

Mi reino es de este mundo. Carceleros
y cárceles y espadas ejecutan
la orden que no repito. Mi palabra
más ínfima es de hierro. Hasta el secreto
corazón de las gentes que no oyeron
nunca mi nombre en su confín lejano
es un instrumento dócil a mi arbitrio.

Yo, que fui un rabadán de la llanura,
he izado mis banderas en Persépolis
y he abrevado la sed de mis caballos
en las aguas del Ganges y del Oxus.
Cuando nací, cayó del firmamento
una espada con signos talismánicos;
yo soy, yo seré siempre aquella espada.

He derrotado al griego y al egipcio,
he devastado las infatigables
leguas de Rusia con mis duros tártaros,
he elevado pirámides de cráneos,
he uncido a mi carroza cuatro reyes
que no quisieron acatar mi cetro,
he arrojado a las llamas en Alepo
el Alcorán, El Libro de los Libros,
anterior a los días y a las noches.

Yo, el rojo Tamerlán, tuve en mi abrazo
a la blanca Zenócrate de Egipto,
casta como la nieve de las cumbres.
Recuerdo las pesadas caravanas
y las nubes de polvo del desierto,
pero también una ciudad de humo
y mecheros de gas en las tabernas.

Sé todo y puedo todo. Un ominoso
libro no escrito aún me ha revelado
que moriré como los otros mueren
y que, desde la pálida agonía,
ordenaré que mis arqueros lancen
flechas de hierro contra el cielo adverso
y embanderen de negro el firmamento
para que no haya un hombre sólo que no sepa
que los dioses han muerto. Soy los dioses.

Que otros acudan a la astrología
judiciaria, al compás y al astrolabio,
para saber qué son. Yo soy los astros.
En las albas inciertas me pregunto
por qué no salgo nunca de esta cámara,
por qué no condesciendo al homenaje
del clamoroso Oriente. Sueño a veces
con esclavos, con intrusos, que mancillan
a Tamerlán con temeraria mano
y le dicen que duerma y que no deje
de tomar cada noche las pastillas
mágicas de la paz y del silencio.

Busco la cimitarra y no la encuentro.
Busco mi cara en el espejo; es otra.
Por eso lo rompí y me castigaron.
¿Por qué no asisto a las ejecuciones,
por qué no veo el hacha y la cabeza?
Esas cosas me inquietan, pero nada
puede ocurrir si Tamerlán se opone
y Él, acaso, las quiere y no lo sabe.
Y yo soy Tamerlán. Rijo el Poniente
y el Oriente de oro, y sin embargo…

(*) Tamerlán. Mi pobre Tamerlán había leído, a fines del siglo diecinueve,
la tragedia de Christopher Marlowe y algún manual de historia.

Jorge Luis Borges, El Oro de los Tigres, Emecé, 1972 


Web
http://www.alfonsomoral.net

Editorial
www.anti-books.net

Biografía:

Alfonso Moral es un fotógrafo español nacido en Valladolid en 1977. Actualmente vive en Berlín. Comenzó su trabajo como foto periodista en Oriente Medio y Asia y su fotografía ha evolucionado hacia un terreno más personal centrada en el relato y las posibilidades de narración del formato fotográfico. Ha creado la editorial Anti-books para dar cabida a proyectos visuales y cinematográficos. Sus trabajos han sido reconocidos en diferentes certámenes internacionales como Les Rencontres de Arles, Vevey Images, Fundación Manuel Rivera Ortiz o Leica Award. Ha expuesto en ciudades como Madrid, Barcelona, Paris, Berlín, Londres, Beirut, Washington, Roma, México DF, etc.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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