Carlos Saavedra Sebastián Ramírez Hernández, Madres Terra, Raya Editorial, 2020

“Están enterradas y sin embargo, no es una escena fúnebre. Muchas miran directamente a la cámara: la retan, le ofrecen su dolor. Otras alejan sus ojos del lente, ven por fuera del marco. Solo se ve su rostro. Aunque algunas veces también sus manos, sus brazos. Se asoman, firmes, como tubérculos. Sus cuerpos rasgan la superficie de una tierra pedregosa, casi seca. Una abraza el espacio vacío como a un hijo: sus brazos delinean algo que podría ser un cuerpo. Otra, arropada por el terreno, lanza una mirada fija al espectador. No hay color, solo el contraste entre los rostros y su marco terroso. Eso y su duelo. Porque están enterradas, pero no están muertas. 

Así son estos retratos de ocho mujeres. Ocho de las madres de Soacha, cuyos hijos habían desaparecido y solo a finales de 2008 supieron que estaban muertos, que los habían asesinado militares del Ejército Nacional y los habían hecho pasar por guerrilleros acribillados en Ocaña.”.

Felipe Sánchez Villarreal, Este fotógrafo enterró a las madres de Soacha para suturar sus heridas, Vice, 30.08.2017

El proyecto Madres Terra reúne los retratos de las madres cuyos hijos fueron asesinados por el ejército de Colombia y designados como muertos en combate. Los asesinatos extra-judiciales de estos hijos trabajadores provenientes de Soacha y Bogotá, abren un capítulo más del conflicto en Colombia, un país que no ha conseguido cerrar definitivamente el capítulo de la guerra. El fotógrafo Carlos Saavedra y el antropólogo Sebastián Ramírez se reunieron para retratar a esas mujeres de Soacha, enterrando su cuerpo en la tierra, dejando al aire libre sus caras. Durante más de siete años han estado recopilando sus testimonios. El trabajo fotográfico, unido a la labor investigación antropológica y al diálogo permanente con ocho mujeres afectadas por la pérdida de sus familiares llevó a la publicación de un libro de fotografía. Conocidas como las “Madres de Soacha”, este libro reúne breves y desgarradores testimonios de la pérdida de sus hijos y de sus hermanos, retratos de las madres inmersas en la tierra y algunas imágenes de su archivo familiar con la intención de dar a conocer estas historias de vida. El diseño del libro, con sus páginas impresas y cocidas al estilo japonés, invita al lector a participar en un acto de excavación, incitándolo a rasgar las páginas del libro para descubrir, detrás de cada retrato, una serie de testimonios de quienes buscan darle una presencia a eso que ya no está. El libro no sólo mantiene vivo el recuerdo de sus hijos, es un trabajo activo de búsqueda del sentido en este largo proceso de duelo y de lucha por la justicia y la reparación de quienes han sido víctimas de los «falsos positivos».

El concepto de la madre tierra es el punto de partida de este proyecto. Como lo dice Sebastián Ramírez: “Si el emerger de la tierra es también un develar de verdades escondidas, entre las páginas de este libro el lector encontrará: los archivos, las voces individuales de las madres, el dolor compartido de esa pérdida de un ser querido, el contexto de violencia, el vacío de la muerte y los esfuerzos que estas mujeres han hecho por conocer la verdad de los hechos”.  PUNTO DE FUGA quiso conocer más a fondo el proyecto, sus orígenes y el proceso por medio del cual ese enramado de voces e imágenes ha llevado a la creación de un libro de una calidad excepcional, convirtiendo la fotografía editada en un testimonio indispensable de la más dolorosa realidad en la que vivimos.

Buscamos entrar en una amplia conversación con todos los creadores del libro: el fotógrafo Carlos Saavedra y el antropólogo Sebastián Ramírez como investigadores y autores del libro, Santiago Escobar Jaramillo como editor y las madres que han sido parte integral de todo el proceso editorial y de construcción de un archivo personal. «Las madres de Soacha» no sólo se han convertido en testigos de este doloroso episodio de la historia colombiana de violencia, sino que también han empezado a manejar su propia memoria histórica. Son ellas quienes han estado en la creación del archivo fotográfico y periodístico de este libro, las que han recopilado y documentado con lujo de detalles imágenes y pruebas para aportar a su defensa frente a organismos judiciales. Son ellas, quienes ahora narran la historia de esta pérdida de sus hijos y hermanos. 

La escritura de este artículo, sigue el hilo de las conversaciones que tuvimos con todos y cada uno de los partícipes del libro, con la intención de revelar, por retazos, el sentido del proyecto fotográfico, el proceso de investigación, la labor archivística y de documentación de la obra. Eta conversación muestra también , la personalidad y el pensamiento de esas mujeres que resisten a diario para evitar que estos asesinatos queden en el olvido. Para estas mujeres, es vital mantener viva la memoria de ese trágico evento.  Madres terra es una obra memorial y artística que busca habitar la ausencia, entender la pérdida y aportar a esa lucha incesante que tienen las mujeres por obtener justicia frente a estos crímenes de Estado.  

Conversación
29.08.2020

Los inicios 

P.D.F.: Quiero decirles que Madres Terra es un libro que me ha marcado profundamente. Hace mucho tiempo no veía una edición capaz de resolver con tanta fuerza esa tensión permanente que hay entre el contenido y la forma. Este libro es el resultado de años de investigación sobre los Falsos positivos, esos asesinatos extrajudiciales propiciados por miembros del ejército durante el gobierno de Álvaro Uribe Vélez, para aumentar las cifras de muertos en combate de forma artificial, a cambio de recompensas y de condecoraciones militares. Carlos y Sebastián: ¿qué los llevó a Soacha en un primer momento? ¿Cómo llegaron un fotógrafo y un antropólogo a unirse para trabajar con este grupo de mujeres? ¿En qué consistió esa labor de investigación y de creación? 

Carlos Saavedra (C.S.): Desde la Universidad me empecé a interesar por el retrato, especialmente por esa conexión que se crea entre el fotógrafo, la cámara y el sujeto en ese momento del registro. Hice un primer proyecto de grado en Lasalle College con una serie que se llamó Las hijas de Huitaca Esa serie reúne varios retratos de mujeres de las diferentes regiones rurales de Colombia. 

Huitaca era una diosa del pueblo indígena de los muiscas, figura que muy invocada en la meseta colombiana cerca de Bogotá. En varios mitos se la considera la esposa rebelde de Bochica, algo parecido a una organizadora social, indomable, juguetona y despreocupada. Huitaca representa la luna, el agua, la madre Caperuza, pero también es para los indígenas el símbolo de la fuerza independiente de la naturaleza, el poder germinativo de la tierra, la alegría irreverente, los misterios oscuros y fértiles de la vida y el deseo que se despierta bajo el manto nocturno.

Esos fueron mis inicios, la búsqueda de un proyecto de fotografía de largo plazo alrededor de este tema de la tierra sagrada y progenitora. En ese momento estaba investigando todo. Pero siempre me he interesado mucho por la tierra. La tierra siempre estuvo presente. Quería sobra todo acercarme a figuras de mujeres que tuvieran contacto directo con la tierra. Ahí empezó toda está búsqueda de la feminidad creadora, del lugar de esa fuerza que da vida en los mitos. Me fascinaba ver cómo en casi todas las civilizaciones los mitos han sido representados por lo femenino, no sólo por la mujer. Las mujeres ocupan ese lugar importante en el mito del origen, ese espacio en donde nace todo y por eso quiero partir de ellas. Lo femenino se relaciona mucho con la fertilidad de la tierra, con la vitalidad. Me llamaba mucho la atención el contraste de la relación del hombre y de la mujer a los mitos, el hombre representando el cielo, la mujer la tierra, esas dualidades con las que muchas culturas indígenas o ancestrales fueron diferenciando la feminidad y la masculinidad. En realidad, cuando hablo de feminidad me refiero a algo nos concierne a todos.   

Esa investigación es importante porque conecta a todo el campo colombiano, a la mujer y a los hijos. El tema de la tierra me parece que es algo que uno identifica como ser humano. La tierra es el principio de todo para muchos de nosotros, no sólo en las cosas buenas, también en temas de guerra y de expropiación. La tierra es uno de los motivos de la violencia más importantes de nuestra historia. Cada historia de vida que descubría estaba completamente ligada a una historia de violencia, ya fuera en Quibdó, en Natagaima, en el Sumapaz, en Cajamarca o en Chupundún. Entre más las vidas de las mujeres estuvieran ligadas a la tierra, más aparecía la violencia. Así que decidí afrontar este tema y arroparlo. 

P.D.F: Santiago, has trabajado con temas de mujeres afectadas por la guerra y temas relacionados con el conflicto por la tierra. ¿Cuál es tu perspectiva como fotógrafo?

Santiago escobar (S.E.): Me gustó mucho oír hablar a Carlos de la génesis de su trabajo, porque finalmente todas nuestras acciones son funciones encadenadas en relación a lo que sentimos, pensamos y hacemos con la fotografía. Cuando empecé a hacer el trabajo de los soldados y las balas en el conflicto era una reflexión de como esas personas eran controladas y sus funciones definidas por un superior jerárquico. Luego, cuando pasé a Tierra de luz pasé de una escala pequeña a una escala monumental. Pero la base era la misma: querer que el conflicto solo estuviera en maquetas y no que fuera una fuerza centrífuga cercena que nos afecta. Quería hablar de esas ondas expansivas que genera la violencia: cómo empieza en casa para luego llegar a la familia y extenderse al conjunto de la sociedad. Sabemos, como colombianos, lo que hemos vivo los últimos sesenta años. 

Haber hecho el proyecto Tierra de luz significó hacer una reparación simbólica para mí, por la muerte de mi tío, pero también una búsqueda por ayudar, inspirar y darle esperanza a personas en lugares de conflicto y violencia a partir de unos actos lumínicos, escultóricos, paisajísticos, simbólicos en esta zona. 

P.D.F.: Lo interesante es que ustedes dos como fotógrafos tienen una mirada que empieza con su acercamiento a las personas, a la tierra donde viven y van desarrollando un proceso que, en realidad, no empieza con la fotografía. La fotografía es un medio que se utiliza, pero a su alrededor hay todo un proceso creativo que implica hacer instalaciones, recoger testimonios y hacer uso del entorno en el que hacen su obra. En otras palabras, el registro fotográfico hace parte de otros aspectos, de un acercamiento a las historias personales, a la simbología de un lugar que va poco a poco transformándose en un proceso de escultura, de instalación o de retrato compuesto que va más allá del género documental clásico. 

Eso es algo que he visto mucho en la fotografía colombiana de los últimos diez años, una curiosidad por hacer de la fotografía un elemento más de la creación artística con implicaciones sociales. La fotografía activa siempre procesos creativos que no son puramente visuales sino también plásticos y de instalación. 

Pienso en las estructuras que Santiago creó en esos territorios en conflicto con Tierra de luz, pero también en esos entierros que Carlos decidió hacer con las madres de Soacha antes de fotografiar su cara saliendo de la tierra, como si las mujeres estuvieran a la vez consumiéndose y germinando. En la obra Madres terra, ese gesto del entierro implica volver a definir la relación que tenemos hacia la muerte, especialmente cuando pensamos en el entierro, que en este caso es un ritual casi catártico para estas mujeres, estar simbólicamente ahí donde estuvieron sus hijos, enterrados y salir renovadas. 

Más allá de esto casos concretos, es cierto que muchas veces la cuestión de la tierra y el bienestar del campesino son totalmente ignorados por la sociedad colombiana. No hemos querido considerar la cultura campesina, el conocimiento y las vivencias de quienes trabajan la tierra como algo digno de ser contado, quizás por esa misma violencia que hay detrás de cada historia; o quizás porque como sociedad, hemos querido darle la espalda a la cruda realidad de la guerra, evitando mirarla de frente y los campesinos son los principales afectados porque ellos han estado viviendo todo este tiempo el conflicto por la tierra que está detrás de toda esa violencia. 

Sebastián, cuéntanos un poco más del esfuerzo que has hecho desde la academia para revelar aspectos del exilio forzado en Colombia. Tú como antropólogo, hiciste una investigación que llamaste Making a Home in War: An Ethnography of Reparations and Horizons of the Eve of Peace in Colombia (Crear un hogar en medio de la guerra: una etnografía de la reparación en un contexto de negociación dela paz en Colombia). Durante largos años estuviste trabajando sobre el tema de la reparación a la guerra en la intimidad, en ese espacio del hogar, después de un evento traumático como el desplazamiento forzado por causa de la guerra y de la violencia. El destino trágico generado por el exilio forzado tiene múltiples ramificaciones y es común a muchísimas personas en el mundo según entiendo. ¿Cómo abordaste el tema de la intimidad en el exilio? ¿Cómo fue el primer encuentro con el trabajo de Carlos y cuál fue tu aporte antropológico a Madres Terra?

Sebastián Ramírez (S.R.): Cuando conocí a Carlos, yo llevaba varios años trabajando en Soacha con personas víctimas de la violencia, personas que habían sido desplazadas por esa violencia. Viví en Soacha por mucho tiempo. Estaba tratando de entender esta idea del hogar, de cómo uno puede re-imaginar un hogar y qué significa un hogar como algo que debe ser reconstruido después de momentos de violencia. La pregunta que orientó mi investigación fue el saber: ¿cómo se crea la idea de un después cuando se vive un momento traumático? Nosotros siempre nos imaginamos que, después de un trauma, llegamos al siguiente momento de manera automática, pero lo que vi fue que en muchos casos ese momento nunca llegó. Lo que descubrí con el tiempo fue que gente que, la gente que había sido objeto de algún tipo de violencia debía reconstruir ese hogar a través de una serie de procesos sociales, de luchas interpersonales y de procesos psicológicos complejos. Esa idea de recrear el tiempo para analizar el antes, el durante y el después en la vida de la gente, era algo que me importaba muchísimo. Me marcó mucho esta imagen del tiempo arrestado, encapsulado e inmóvil en las vidas de los desplazados por la violencia. 

Cuando me acerqué a las madres de Soacha entendí que para ellas sí existía un después porque ellas habían ocupado ese espacio de victimización y nos daban a todos los colombianos la posibilidad de imaginaron un momento a partir del cual cambia algo en nuestra realidad, en nuestra memoria del conflicto y de la guerra. Estas mujeres, aunque vivían en la incertidumbre de no saber a dónde la muerte de sus hijos y hermanos las llevarían, habían sido el vehículo para que pudiéramos pensar de otro modo la historia de Colombia. 

Comparto mucho estas ideas que están evocando todos ustedes sobre el carácter doble de la tierra, de la creación y la fecundación. Para mí la tierra siempre ha sido este espacio de nostalgia, el que representa un tiempo perdido, pero es también sin duda el vehículo de la violencia, el instrumento que sirve de justificación para despojar o poseer. Tenemos la posibilidad de inventarnos un después a través del arte, pero también podemos hacerlo por medio de momentos íntimos de reconciliación. Las conexiones y las discusiones entre las personas nos permiten rehacer nuestra relación con el entorno, con el tiempo y con nuestra propia vida. Cuando Carlos me dijo: “estoy enterrando a las madres de Soacha para retratarlas”, pensé que estaba loco. Luego me dije que debía trabajar con él, pasa saber qué iba a resultar de todo este proceso

P.D.F.: Me gustaría en este punto de la conversación, que cada uno de ustedes escogiera un elemento del archivo, ya sea un formato audio, una serie de fotografías (elegidas por las madres o hechas por ellas), o inclusive algún recuerdo que tengan sobre el cotidiano de estas mujeres, para irlas conociendo. ¿Cómo han vivido ese encuentro con las madres, esa relación con ellas? ¿Qué es lo que les ha sorprendido más de ellas? y ¿Qué vínculos han creado con ellas para trabajar en este proyecto de múltiples ramificaciones?

Archivo sonoro:

Testimonios:

Cecilia Arenas: «Todo en el hogar en la vida todo lo forma a uno. Las alegrías y los sufrimientos. Y yo creo que aprende uno más de los sufrimientos. Hay más sensibilidad. Más unión. Así no tenga uno requisas. Así muchas veces tenga uno en la casa una comida completa. Como nos ha pasado a varias de nosotras de los casos. Que muchas veces  hay muchas mamás que les ha tocado salir a rebuscarse la comida. Así sus hijos sean ya grandes. Pero esos hijos están un poquito descarriados. Una madre y un padre nunca dejan los sentimientos a un lado. Entonces uno puede, frenta a los problemas que tenga,  tener los sentimientos que tenga. – “Juemadre, salgamos a conseguir algo. Así sea una panela, un pan”. El todo es no dejar acostar a esos seres queridos sin nada. Uno sabe que uno tiene es problema grande pero igual hay que seguir y seguir y seguir. Entonces aprende uno. Uno aprende en el momento en que suceden las cosas, de ahí aprende alguito. Es un aprendizaje espontáneo. No hay reglas, no hay maestro, nada. 

Colombia es increíble, un país donde se deja vivir. Yo tendría este pedazo de parcelita. Estoy sembrando tengo unas gallinitas y qué pesar lo que yo estoy hoy viviendo. Esto, ay Dios mío y le toca salir a uno en la noche, en una madrugada. Abandone todo, deje todo ahí tirado y váyase para la ciudad a sufrir. Pobre gente que llega acá y no sabe para donde coger. Pero aún así, como que la ciudad lo atrapa a uno.»

Jacqueline Castillo: «La última vez que vi a mi hermano fue el sábado 9 de agosto. Estuvo en mi casa paterna, en el barrio 20 de Julio, de Bogotá. Una cuñada le dio desayuno, se arregló, se cambió de ropa y salió de la casa. Con esa misma ropa lo encontré en Ocaña. El domingo por la mañana llamó a una de mis hermanas y le dijo que le guardara almuerzo porque iba para allá. Él no tenía esposa, no tenía hijos. Mi papá y mi mamá ya habían fallecido. Nunca llegó al almuerzo y no volvimos a saber nada más de él.

Dejamos que pasaran unos días y puse el denuncio. Por esos días vi la noticia de las desapariciones de Soacha y no me imaginé nada, pero la investigadora del caso, ya en octubre, me dijo que buscara entre los cadáveres que encontraron en Ocaña. El 6 o 7 de octubre fui a Medicina Legal y pedí que me dejaran ver a los NN de Ocaña. Ya habían sacado a los 16 jóvenes de Soacha y estaban once cuerpos sin identificar. Sólo de uno de ellos se decía que era de un hombre entre 40 y 45 años.

La sorpresa que me llevé cuando me mostraron las fotos del levantamiento del cadáver fue bastante grande porque era mi hermano. Ahí me dijeron que pertenecía a la guerrilla y que figura como muerto en combate. Ahí me doy cuenta de que le pasó lo mismo que a los jóvenes de Soacha. Tuve que esperar el proceso para hacer el reconocimiento y traerlo a Bogotá. Después de poner el denuncio, decido buscar a las Madre de Soacha en la Personería y empecé a trabajar con ellas desde entonces».

P.D.F.: Quisiera con esto, que el archivo documental mismo sea el que mejor hable de estas “Madres de Soacha” y mejor nos acercara a ellas, a sus personalidades, a sus vivencias cotidianas, a sus emociones y a su pensamiento. Aquí queda un registro de su vida familiar que vale la pena recordar:

Cuando hablamos de tierra son muchas las capas que se pueden ir agregando a la imagen que unos y otros tienen de ella, a la forma como la tierra ha afectado a estas mujeres, pero también a la manera como Madres terra empieza a sobrepasar esa dicotomía entre la vida y la muerte para situarse en el momento cíclico de lo que decae y renace, en ese círculo orgánico de la creación de vida que aquí toma una dimensión profunda, cuando son las Madres de Soacha quienes aceptan ser enterradas y retratadas para luego resurgir. Ellas aceptan participar en un acto simbólico de importancia que puede ser el inicio de un después en la vida de estas personas que han vivido la violencia en carne propia y buscaron el exilio para huir de la muerte y evitar ser asesinadas.   

C.S.: Creo que el después en la vida de estas mujeres está muy marcado por Soacha, por la identidad y la forma como se vive ahí. Como decía Sebastián, ese es un punto de quiebre importante en la vida de esas mujeres. Cuando llegué a Soacha vi que, lo que había sido un pueblo pequeño, se convirtió en una ciudad inmensa habitada por gente de diferentes culturas, de diferentes razas, de diferentes orígenes. Soacha es como un collage de Colombia. Ese lugar resume muy bien la historia del país durante los últimos 60 años.  Si miras físicamente a la configuración de ese municipio y de su área urbana, las casas son hechas de retazos. La gente está también llena de traumas. Ahí se concentran muchas historias de violencia. 

En 2013, llegué a Soacha por un amigo que estaba trabajando para Naciones Unidas con un proyecto completamente distinto. Conocimos a la directora de la Unidad de Víctimas, un organismo de la alcaldía que en ese momento se llamaba la UAO. Sebastián estaba trabajando ahí y por eso nos conocimos. El drama de los falsos positivos sucedió en 2008, cinco años antes de mi primera visita a Soacha. La directora de la UAO me dijo que quería hacer un proyecto fotográfico con las madres de Soacha y así fue como todo empezó. 

Las acciones de estas madres ya habían tenido una repercusión muy grande en el debate público, en la historia de Colombia y en revelar las falencias de las instituciones militares y exponer a la luz pública las estrategias de guerra del gobierno de entonces.  Estas mujeres, por amor a sus hijos se fueron contra todos, la prensa, las instituciones la justicia diciendo que sus hijos no eran guerrilleros, que ellos habían sido asesinados por los militares y engañados por ellos, bajo el falso pretexto de darles trabajo en otra zona del país. Esos hechos sacudieron al país, generando un gran escándalo público que llevó al señalamiento de varios generales y altos mandos del ejército como responsables intelectuales de estas operaciones.  

P.D.F.: Es cierto. Entre el 2000 y el 2010 fueron 5763 los asesinados bajo la modalidad de estos falsos positivos. Los militares a cargo de estas operaciones fueron Juan Carlos Barrera, Adolfo León Hernández, Mario Montoya Uribe, Nicacio de Jesús Martínez y Marcos Evangelista. Altos mandos que han sido condecorados en vez de ser condenados por esas acciones. ¿Cómo recibieron esa propuesta de trabajar con las madres de Soacha? 

C.S.: Cuando me propusieron ese proyecto, yo tenía pensado enterrar a esas madres. Ya había hecho varios proyectos en los que me enterraba a mí mismo y me pareció que ese era el momento de hacerlo con ellas. Hicimos la reunión con Sonia, la directora. Les comenté francamente a las madres de Soacha cuál era mi idea, asustado de no saber cómo iban a reaccionar: quería enterrarlas para hacerles un retrato. Me sorprendió la reacción de muchas. Pero entendí que la preocupación de esas mujeres es dar a conocer por todos los medios posibles, la historia de sus hijos y de sus hermanos. Ellas ya estaban acostumbradas a trabajar en otros proyectos por esa misma necesidad de mantener la memoria de lo que sucedió. Entendí que las madres harían lo que fuera por dar a conocer esas historias y que mucha gente supiera lo que estaba pasando.  

Unas de ellas aceptaron porque entendieron el poder de la tierra y la fuerza de las fotografías. Otras me dijeron que por nada del mundo se iban a enterrar. Asociaban la tierra a la muerte, a los rituales y a la brujería. Pero al ver la reacción de las otras mujeres y entender lo que estaba pasando, todas terminaron aceptando esa propuesta. Ese momento fue muy fuerte para las madres porque había un sentimiento de vulnerabilidad muy grande en las mujeres y en todos los que participamos en ese proceso. Las madres estaban desnudas, se enterraban con ayuda de una mujer y luego yo las retrataba. Todo ese momento fue muy impactante y creo que eso se nota en los retratos. Se generaron unos espacios muy bonitos. Había mucho respeto. Para mí el tema del ritual era primordial. Nunca pensé que eso podría cambiarles la vida, pero entre más silencio había y más respeto por ellas había, más potente iba a ser ese momento y más impactante podría ser la fotografía. 

P.D.F.: ¿Qué pensaron las madres de Soacha de ese proceso? 

C.S.: Para muchas de ellas fue muy impactante ese momento. Cuando hacíamos los entierros nos íbamos de Soacha, subíamos a zonas rurales donde plantan papa y fresas. Era un ambiente muy tranquilo. Para muchas de ellas ese fue un momento muy duro pero muy bonito el estar enterradas y compartir ese sentimiento de estar bajo la tierra con la memoria de sus hijos. Pero creo que el momento más importante fue para ellas el desenterrarse.

P.D.F.: Eso también lo tienen traducido en el libro de rasgar las paginas para desenterrar la memoria escondida entre las páginas. Hablaremos en detalle de esto.

S.E: Eso de emerger fue vital para completar el proceso de estas mujeres. Queríamos que el libro tuviera esa experiencia y que no fuera solo la experiencia del entierro. Hay gente que piensa que estas mujeres están muertas en vida, pero queríamos invitar a lecturas más profundas, hablar de lo que significa emerger, despertar la memoria, renacer por la acción artística. Muchas mujeres que habían rechazado este ritual empezaron a entender la importancia de este momento porque veían esto como una oportunidad para sanar, una posibilidad de resurgir de la tierra. Entonces sí, el gesto del salir de la tierra fue para ellas una fuente de inspiración espiritual e intelectual muy grande. 

C.S.: También era interesante ver lo que significaba la tierra para cada una de ellas. Es que cada mujer es un universo completamente diferente y dentro de esa tierra ellas se mostraban como eran. Una de ellas había estado muy ligada a la tierra. Para ella ese ritual la volvió a conectar con la tierra. No habló casi de su hijo, sino de la tierra. El entierro era empoderador para ella. Algunas de esas mujeres se ven un poco más nostálgicas, otras parecen más tranquilas, otras de pronto estaban más incómodas, pero eso era parte del proceso, ver cómo cada una de estas mujeres se sentía y vivía ese momento. 

S.R: Cuando uno ve los retratos se notan las diferentes reacciones que tuvieron en ese momento. Hay unas que se veían más ensimismadas, están tomando la experiencia de estar en contacto con la tierra. Flor y Elvira, las mujeres con las que se empieza toda la experiencia están totalmente cómodas. Flor tiene una historia muy linda con Soacha. Nos contaba que ella creó una conexión con la tierra en las lomas de Soacha. Esa zona colindante con Soacha ha sido acabada por la minería ilegal, es un espacio muy árido, no es un espacio verde y ella logró crear un jardín secreto para ella y para su familia, un huerto que le servía para alimentarse. A veces subía a las lomas y se desaparecía por horas para conectarse con la tierra otra vez. 

Santiago: Hablando de la forma como las mujeres se conectaban con la tierra y esa mirada de Carlos al retratar esto, una de las decisiones fundamentales del proyecto fue no mostrar las fotos individuales sino mostrar el proceso. El primer contacto que tuve con las imágenes de Carlos se dio a partir de los retratos que él hizo de las madres. Cuando empezamos a ver las maquetas que hacía era para mí una repetición de una foto tras la otra. Pero cuando él me mandó el material completo, me mandó las hojas de contacto. Y esas hojas de contacto revelan la relación de esas mujeres con la tierra, cuál era su reacción en ese proceso de ser enterradas. Algunas fotografías que Carlos no necesariamente quería mostrarme revelaban algo fundamental para el libro. Me pareció importante mostrar el proceso porque es a partir de ahí que uno entiende el resultado. 

Pienso que debemos desmontar el mito de la fotografía perfecta, la imagen perfectamente bien compuesta a la hora de hacer libros de imagen. Porque hay elementos que no son propiamente ricos a nivel visual que pueden aportar mucho a la narración y a la comprensión de la historia que se quiere contar. Tener en cuenta el error, la deriva y la transición es importante para el trabajo editorial. Es cierto que hay fotos en donde la expresión por sí misma lo cuenta todo. Pero hay otras donde la sumatoria de esos momentos antecedentes para llegar a esa foto final también lo cuentan. 

P.D.F.: Ahora que hablamos de la edición quería preguntarles, Santiago y Carlos. ¿Ustedes quisieron hacer un libro narrativo? ¿Contar una historia? El libro de fotografía siempre es algo más que una fotografía. El diseñador venezolano Ricardo Báez decía que era una historia contada en imágenes, haciendo referencia a la definición que le da William Clayton Pryor a este tipo de libros. Así los tituló: «A Photographic Picture-Book with a Story«. El libro es un concepto de todos modos. 

S.E.: Claro. Pero el libro es el que determina de algún modo la historia que quieres contar. En un proyecto donde las quince madres de Soacha tienen su propia historia de pérdida de su hijo, no hay una más importante que la otra. No hay manera de dar un orden narrativo a eso. Se pueden hacer cambios en el diseño y la puesta en página. Incluso la forma como uno conozca la historia de cada na de estas mujeres va a dependiendo de las imágenes que uno escoja mostrar. Pero eso no va a hacer que una historia sea más importante que la otra, sino que todas hacen parte de un conjunto. Al menos ese era uno de los principios del libro. 

La historia que cuenta una, es la historia que se puede replicar en las demás, o la sumatoria de todas las historias es la que cuenta esa pérdida común, pero no es un evento lineal. El libro no tiene un principio ni un fin. Es un libro que puede abrir de forma aleatoria para encontrarte con una historia. 

Con relación al tema de la tierra, este libro también quería resaltar ese hecho de germinar, de la semilla del maíz cuando se planta y nace, crece. Hay una tierra árida y un momento incómodo que es el del entierro.  Y eso se debe al hecho de que las madres saben que sus hijos están habitando ahí bajo la tierra. Pero el hecho de poder salir de la tierra y poder germinar es muy importante. Al salir del entierro, esas madres tienen la posibilidad de nutrirse desde el amor y crecer, florecer, dar frutos. Para ellas seguramente ese proceso de duelo es muy largo, pero lo que han hecho por el país, lo que nos han enseñado, la confianza que nos han dado a otras familias, es un símbolo. Ese es el nacimiento del que hablo. 

Mi función de editor es, tomar un proyecto potente, uno de los más fuertes que he hecho desde la fotografía y la investigación en Colombia y ponerlo en un formato libro.

P.D.F.: Hay algo interesante en este proyecto de libro y es que las madres de Soacha también han estado viendo otro aspecto de su cotidiano, han estado mostrando realmente ellas quienes son, cuáles son sus personalidades, más allá del discurso que se han forjado para defender sus derechos y justificar sus luchas, que es algo muy respetable o de esos relatos que canaliza la prensa con una intención precisa. El buscar establecer una relación profunda con la tierra para estas mujeres es algo muy bonito. Y eso es algo valioso de este tipo de procesos artísticos. Existen múltiples lecturas de esa relación de las mujeres con la tierra. Su historia está ligada a ella. 

S.R.: En mi quehacer antropológico siempre me he interesado en cómo se crea la cotidianidad. Y esto no sucede en el momento de una entrevista. Es un proceso que toma tiempo. Algo que me pareció interesante en la forma como Carlos planteó el proyecto y cómo después nos fuimos acercando los dos, era que teníamos la idea de hacer unos retratos. Pero existían también otras ideas que queríamos explorar. Los retratos terminaron siendo un eslabón de una serie de procesos más largos que implicaban, crear un archivo, recopilar unos testimonios, hacer encuentros, generar un vínculo con estas mujeres para avanzar en nuestro diálogo con ellas, y muchas cosas más. Mi primer instinto fue el de proponer escribir veinte páginas sobre cada una de las mujeres. Pero finalmente optamos por usar otro lenguaje para expresar el profundo conocimiento que llegamos a tener de ellas. 

Empezamos por darle una mayor importancia a la producción etnográfica, las palabras de esas mujeres, su trabajo de recopilar memoria, su organización en torno a un archivo. Ese trabajo que ellas hicieron nos pareció fundamental para realizar el libro. El tiempo, los intercambios permanentes nos dieron la confianza mutua para poder iniciar este proceso. Quisimos que ellas estuvieran implicadas en la elección del contenido de archivo en el libro: los testimonios y los retratos de familia, pero también la documentación forense que ellas mismas realizaron y recopilaron para armar su defensa. 

Nos ha sorprendido mucho la fortaleza de estas mujeres, pero sobre todo la forma como se han hecho responsables de esa memoria que buscan proteger y rescatar. Es muy valioso ese trabajo que las madres de Soacha han hecho. Sus acciones han sido fundamentales para transformar la historia reciente de Colombia. Eso es algo que tenemos que considerar en cada momento, para saber cómo este libro va a responder a esa labor que ellas han ido haciendo desde hace más de diez años. 

En la labor de recopilar el archivo, estas mujeres se daban cuenta que, muchas veces venían los periodistas, estaban un tiempo con ellas y luego se iban una vez que su reportaje estaba terminado, sin siquiera contarles cuándo fue publicado el relato o la imagen. Por eso era necesario para mucho tiempo con ellas, generar un verdadero diálogo. Yo vivía en Soacha y hablaba con ellas muy seguido. 

P.D.F.: ¿Cómo fue ese proceso de acercamiento concretamente? 

Carlos: Para mí el momento más importante con las madres de Soacha fue la exposición en el Centro de memoria histórica que ellas mismas organizaron. Siempre ha habido momentos difíciles. Este tema a nivel político y social es muy complicado. Hay toda una disputa por el discurso y la memoria. Las madres quieren ser quienes están siempre participando en ese proceso de la recopilación y de exposición de su propia memoria. Esta historia va más allá de nosotros. Es sin duda uno de los escándalos políticos más grandes que ha vivido nuestra historia reciente. El tema de los falsos positivos es una tragedia de unas proporciones sociales muy grandes y complejas. Y por supuesto, mucha gente, políticos, organizaciones y activistas quieren tomarse ese discurso. 

Las madres de Soacha han dudado muchas veces sobre el proyecto. En una ocasión llegaron a pensar que yo había vendido unas fotos en Madrid y no les había dado ninguna retribución por ellas.

Sebastián: También hemos estado dudando constantemente, pensando si es o no correcta nuestra manera de actuar y de trabajar con estas mujeres. Hemos tenido una serie de dificultades en la comunicación que hemos tenido que corregir sobre la marcha. 

Carlos: Yo he tenido que ir a verlas en medio de la pandemia porque se presentan también amenazas. Las mismas madres no dudan al no saber en qué etapa va el proceso. Todo esto es realmente muy delicado y hemos estado buscando la mejor forma de aportar en todo este proceso que es, como te dije, un proceso social y político de grandes dimensiones. 

Muchas veces el Centro de Memoria histórica ha promovido la publicación de libros en los que las madres de Soacha no tienen casi ninguna participación. Hay una serie de periodistas y de universitarios que las entrevistas, pero en ningún momento ellas tienen la posibilidad de saber qué se dijo y cómo se contó su historia. De cierta forma, es buen que estas publicaciones se hagan, porque dan a conocer esta realidad, pero es cierto que entre más implicadas estén las personas que han vivido esta tragedia, es mejor. 

Hablando del re victimización de estas mujeres creo que sí era importante no caer en ese discurso. Enterrar a las madres de Soacha era arriesgado Había una línea muy delgada que no podíamos sobrepasar. El proceso podía fallar en todo momento. Fue necesario manejar todo con pinzas. 

Mamitas

Porque la vida no puede ser mercancía.
Porque la muerte no se premia con luto, se reciente.
Por qué la vida del creador alfarería.
Porque la muerte no debe ser tan pronto ni tan de repente.

Érase una guerra, érase un país
con historias negras y un futuro gris.
Esa bruta guerra era un buen negocio,
se apropiaba tierra, cultivaba el odio,
y la octava plaga, plaga de la mala,
nos ensordeció. Mató a mi Colombia, Soacha, tú yo.
Se aprende defensa, se teje violencia,
se invierte en armamento; no hay escuelas,
no hay salud ni el alimento.

Todas somos mamitas y no queremos parir para,
en esta guerra nuestros hijos ver morir.
Todas somos mamitas y no queremos parir para,
en esta guerra nuestros hijos ver morir.

Mamita, cuénteme cómo era su hijo,
qué le gustaba comer, le regalaba rosas,
era atento con usted, le iba a comprar un ranchito,
la quería mucho a sumercé,
cuénteme qué música escuchaba,
recuérdeme su nombre, sus fotos muéstreme…

Todas somos mamitas y no queremos parir para,
en esta guerra nuestros hijos ver morir.
Todas somos mamitas y no queremos parir para,
en esta guerra nuestros hijos ver morir.

Todos somos hijitos, hermanitos de Caín.
Refresquemos la memoria pa’ que no se vuelva a repetir.
Todos somos hijitos, hermanitos de Caín.
Refresquemos la memoria pa’ que no se vuelva a repetir.

Que no se vuelva a repetir,
Que no se vuelva a repetir,
Que no se vuelva a repetir.

Andrea Echeverry, Mamitas, Retratos de familia, 2013

Testimonio:

Rubiela Giraldo: «Nosotros llegamos a Soacha a un barrio que se llamaba compartir, donde mi hermana, uno con tal que esté con la familia, todo bien. Compartir siempre ha sido pesado, uno siempre escuchaba: que las bandas, que la limpieza. Eso toda la vida se ha escuchado. En Soacha y en la mayoría de los barrios yo he escuchado eso. 

Mi hijo era una persona de mal genio, pero era una personita que me hablaba y me decía: ‘mami usted es tan inocente’, decía, ‘mami el mundo es tan malo, usted no sabe pasa uno, todo lo que yo viví en la policía, en el poquito tiempo que estuve ahí, había mucha corrupción, el mundo es malo mama’. Él me decía todo eso, me decía: ‘mama, usted es muy noble, usted tiene una nobleza y la gente se aprovecha.’

Diego un día lloraba y lloraba cuando chiquito, diciendo que su papá le hacia mucha falta. Tenia 17 años, ellos extrañaban mucho a su papá. Danilo les daba fuerte, ellos decían que el papá ‘les sacaba polvo de su rabito cuando les pegaba’. A pesar de lo poquito que recordaban a su papá lo querían mucho. A los 17 años Diego lo lloraba como si se fuera a morir su papá. 

Diego fue policía, el pagó su servicio en la policía y allá termino su bachillerato, prestó servicio militar en la policía. Cuando se fue, cuando el se me lo llevaron salió en octubre y a él se lo llevaron en febrero». 

Artículos: 

Documental: 

  • Lula Gómez, Luz Marina Bernal, Madres de Soacha, Mujeres resueltas a construir paz, ONU, 2015

Podcast: 

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