Andrew Waits, Aporia, Dalpine, 2018

«Sócrates.- Pero dime a continuación todavía una cosa: ¿cuál es, para nosotros, la función que tienen los nombres y cuál decimos que es su hermoso resultado?
Crátilo.- Creo que enseñar, Sócrates. Y esto es muy simple: el que conoce los nombres, conoce también las cosas».
Platón, Diálogos Vol.3, Ediciones Ibéricas, 1941.

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Una nueva generación de fotógrafos ha decidido hacer de la ciudad moderna, el reflejo de su lenguaje poético y abstracto, renovando parte del lenguaje experimental de la fotografía de vanguardia de los años veinte, sin retomar el lenguaje futurista y utópico de sus predecesores. El paisaje urbano de esta generación es fragmentario, el reflejo de una tensión psicológica y de una evidente desorientación provocada por la rápida modernización de las ciudades.

Esas expresiones de una nueva cartografía mental, han quedado registradas en las obras impresas de muchos fotógrafos: The Castle de Federico Clavarino, A de Alejandro Marote y Aporia de Andrew Waits, son ejemplos de esa compleja composición fotográfica hecha a partir de fragmentos dispersos de una ciudad moderna que se ha convertido en el reflejo del pensamiento del fotógrafo, imágenes de un lugar situado entre la realidad y su proyección en donde ya no es posible orientarse en un espacio-tiempo definido. La psique de los tiempos modernos en la mirada de esta generación ha creado en la fotografía retratos deformados de ciudades sometidas a un constante cambio de forma. Las fotografías de esta vanguardia renovada no tienen ya la idea de un futuro prometedor. En muchas de las imágenes la metamorfosis urbana permanente distorsiona la realidad hasta convertir las ciudades en laberintos, lugares limítrofes entre el pensamiento y la realidad urbana en donde la sensación espacio temporal se disuelve.

Waits describe esta tensión de la mente con el espacio urbano con el concepto aristotélico de la Aporía, un estado paradójico, en donde las contradicciones se vuelven extremas e insuperables. Seattle, la ciudad en la que nació y creció, aparece en sus fotografías como un espacio cargado de confusión y desorden. En su obra, la transición es un estado que perdura y la modernización lleva a la metrópolis a desarticular esos espacios de memoria, creando barrios, casas, calles sin historia. Los cambios provocados por el rápido crecimiento de la ciudad han modificado profundamente el estado psicológico de quien busca encontrar puntos de referencia en la ciudad de su infancia sin conseguir por un instante sentirse en casa. Seattle aparece como una de esas ciudades en permanente construcción, una urbe en obra gris, estancada en ese proceso indeterminado de transformación incesante.

Ese estado de inestabilidad provocado por las incesantes reconstrucciones urbanas es para el fotógrafo el pulso, el estímulo y la fuente de desarraigo de la ciudad hacia sus habitantes. Sin intentar mostrar la ciudad en un estado de caos y desorden, Waits creó una narrativa ficticia capaz de expresar esa extraña sensación de desorientación provocada por el cambio abrupto de la ciudad. PUNTO DE FUGA quiso entrar en esa ficción urbana para entender ese nuevo lenguaje fotográfico en donde la abstracción y la poesía son la contraparte expresiva de una ciudad camaleónica y a-temporal.

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Entrevista a Andrew Waits
Por PUNTO DE FUGA

P.D.F.: Andrew, me sorprende ver cómo en proyectos como el tuyo el lenguaje de la fotografía urbana cambió tan radicalmente. Perteneces a una generación de jóvenes fotógrafos que han estado utilizando la fotografía en blanco y negro para proyectar una visión de la modernidad que expresa más un estado de tensión psicológica y de desarraigo con respecto a la realidad cambiante de la metrópolis. Decías cuando hablabas de Seattle que retratabas la ciudad como si fuera una estructura en permanente transformación. Lo que te interesaba fotografiar era el impacto de esos cambios en la psicología humana. ¿Cómo fue que llegaste a pensar en un proyecto fotográfico así?

A.W.: Fue una preocupación que tuve desde muy temprano, cuando decidí que no quería hacer un proyecto de documentación estricta del paisaje urbano. La urbanización y la gentrificación de las ciudades son temas complejos que siempre me han interesado. No creo que la fotografía sea capaz de reflejar ese proceso de toda su complejidad. Supe que debía trabajar sobre esa tensión psicológica en el momento en el que empecé a sentirme como un extranjero en mi propia ciudad. El proceso de la fotografía es largo. Fue necesario dejar las imágenes surgir poco a poco pero siempre pensando en esa idea, en esa primera sensación de desarraigo.

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P.D.F.: En un texto de introducción a la serie Aporía decías que habías elegido ese título porque considerabas que expresaba más profundamente ese estado  de confusión del paisaje y ese sentimiento de desorientación de quienes intentan corresponder a esa nueva realidad y adaptarse al cambio. En tus fotografías el desarrollo urbano, ese proceso algo confuso de transformación de una ciudad se ve retratado de forma muy poética. ¿En qué momento entendiste que esa expresión poética era la expresión de un estado mental?

A.W.: Esa idea de la Aporía surgió por etapas. Todo fue un proceso de búsqueda muy intensa. En un momento, cuando estaba fotografiando el entorno urbano, sentí la necesidad de retratar a la gente que tuviera algún tipo de desliz emocional, gente que estuviera expresando un sentimiento fuera de lo común, así fuera religioso, algo que estuviera en ruptura con el comportamiento habitual del común de la gente. Era como si la ciudad me estuviera pasando factura, afectándome emocionalmente. Caminaba durante horas cada día sin una dirección fija y las fotografías que obtenía mostraban a la gente viviendo en un estado de pasividad, de reserva tan evidentes que me pareció que muchos habitantes de Seattle se habían rendido emocionalmente. Me acordé de mis veinte años, de la época en la que me la pasaba en los bares, había algo muy catártico en la vida nocturna. Pasabas la noche rodeado de gente y te comportabas naturalmente, como si nadie estuviera mirando. Podías moverte y comportarte de forma errática, intuitiva. Era algo muy liberador.

Cuando estaba hacienda este Proyecto, empecé a leer los diálogos de Sócrates y me topé con el concepto de la Aporía. En ese texto filosófico el concepto describe ese momento en la discusión en donde el interlocutor no puede seguir adelante, la lógica lo conduce hacia una contradicción insuperable. Cuando ese momento llega los personajes quedan en un estado de aporía. Aunque ese estado es en un principio confuso, también tiene un propósito que es el de permitirle al interlocutor volver atrás en los argumentos y refrescar su mente para poder volver a iniciar el diálogo. Tomar fotografías de gente bailando fue para mí una liberación aporética, una forma de superar las contradicciones de ese entorno urbano que empezaba a resultarme extraño, completamente ajeno, irreconocible.

P.D.F.: La naturaleza de ese entorno urbano, ese paisaje urbano como lo llamas y la gimnasia cognitiva que implicaba ir y volver de la confusión a la liberación, te llevaron a intentar racionalizar de algún modo ese proceso con imágenes, para darle un sentido a lo que vivías. ¿La secuencia de las imágenes en tu libro Aporía es una manera de establecer una narrativa para explicar ese proceso mental de desarraigo y de liberación? Lo pregunto porque nada en esas imágenes para completamente normal o esperado. ¿Cuál es la naturaleza urbana que te ha causado esa sensación de extrañeza y de desarraigo?

A.W.: Siento que ese proceso de construcción y destrucción urbana me han llevado a sentir cierta impotencia frente los cambios que ha vivido el paisaje urbano de Seattle. Siento como si ese cambio en la ciudad se estuviera dando en un espacio tiempo lejano al mío, fuera de mi propia realidad. No podría decirte qué o quién es responsable de provocar ese sentimiento de enajenación, de distanciación emocional y psicológica con respecto a la ciudad. Los sistemas urbanos son extremadamente complejos y el poder parece estar camuflado, diluido detrás de esos múltiples cambios, de esas múltiples interconexiones urbanas. Hay un límite con respecto a lo que se puede conocer a través de la observación directa de la realidad.

La secuencia del libro está pensada de tal forma que el lector se vaya orientando en distintos niveles de complejidad psicológica. Para mí estas imágenes describen a individuos sumidos en un estado de confusión y d obscuridad en el cuál buscan momentos de liberación emocional, formas de purgar esa frustración y escaparse por un instante de la realidad que los oprime o les exige que se contengan. La secuencia ha sido pensada para provocar un sentido de liberación progresivo. Hay un momento de confusión, una vuelta hacia atrás, para recargar energías antes de romper de algún modo con el entorno. Las personas que retrato aparecen de forma intermitente en ese libro, como si ellas mismas buscaran una forma de liberarse de su entorno.

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P.D.F.: Sócrates tiene una frase maravillosa en la que dice: “Estoy divagando, me encuentro en un estado de Aporía”. ¿Cómo puede Seattle, la ciudad de tu infancia, convertirse en ese lugar irreconocible? ¿En tus fotografías la Aporía es un estado mental que has estado sintiendo por consecuencia de esa pérdida de orientación o es más bien la ciudad la que tiene esa naturaleza propia de ser moderna y desarraigada? ¿Qué te llevó a retratar a tu ciudad de esa forma?

A.W.: Pienso que no era en absoluto una sensación propia, algo puramente subjetivo. Fue más bien el resultado de ese estado de conciencia que me llevó a entender hasta qué punto esa ciudad me era irreconocible. No era capaz de sentir cercanía con barrio enteros. Al caminar por ciertas calles me sentía visitando un lugar desconocido. Esa impresión que me causó la extrañeza de lo que antes me era familiar fue lo que me llevó a continuar buscándole un sentido a todo esto.

P.D.F.: Es interesante ver cómo un fotógrafo que se adentra en una ciudad sin pensar en un discurso previo es capaz de entender las contradicciones de la ciudad en la que creció a tal punto que llega el momento en que el cotidiano, la forma misma de las calles, de los barrios y el comportamiento de los habitantes de la ciudad empiezan a parecerle totalmente absurdos. ¿En qué momento una situación cotidiana, banal, un día como otro empezó a parecerte absurdo?

A.W.: Creo que no hay un momento preciso para eso. No existe una frontera tan nítida capaz de separar la realidad de Seattle de mi experiencia de la ciudad y de lo que pueda haber registrado de ella. Las fotografías que empezaron a ser más interesantes no tenían nada que ver con Seattle. Pensaba con esta serie hablar de algo más global, de un fenómeno de aporía más universal, que cualquier persona que esté viviendo en el área metropolitana de una gran ciudad pudiera reconocer ese estado de las cosas, la naturaleza misma de la aporía en un ambiente urbano cambiante de grandes cambios.

P.D.F. ¿Hay alguna razón por la cuál hayas escogido fotografiar en blanco y negro?

A.W.: Muchas de las fotografías de paisajes urbanos tienen mucho que ver con la forma. La primera sección de Aporía se enfoca en la separación que existe entre la gente y el entorno natural en el que vive, eso incluye imágenes en donde se superponen lo orgánico y lo icnográfico. La segunda sección del libro tiene más que ver con la abstracción del mismo entorno. El blanco y negro me pareció el tono más adecuado para enfatizar en la forma y darle más fuerza a la narración en general.

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P.D.F.: Hacer un libro a partir de una serie de imágenes implica no solo tener un buen concepto que reúna a todas las imágenes, un tono y un contenido que puedan sostener la narración. La secuencia de las imágenes es también muy importante. Hay decisiones muy complejas que parecen estar contenidas implícitamente en un libro que han sido elegidas de forma muy consciente por el editor y por el fotógrafo. ¿El proceso de secuenciación fue algo que hiciste por tu cuenta? ¿Qué tipo de conexiones decidiste establecer entre imágenes para lograr la narración que buscabas? ¿Qué vino primero, el título del libro o su contenido?

A.W.: Hice este proyecto editorial cuando estaba estudiando el programa MFA en la Universidad de Hartford. Durante ese tiempo trabajé muy de cerca con mi tutor Mary Frey. Su consejo fue muy importante para ir afinando la edición, reduciendo el número de páginas, manteniendo siempre el enfoque. El libro se fue dando por etapas. El proceso ha podido avanzar gracias a un cierto número de descubrimientos que fueron llegando con el tiempo. El título llegó muy tarde en el proceso de edición. Fue un momento clave de condensación a todo el trabajo que había estado haciendo pero que no conseguía explicar con palabras.

P.D.F. En la semiótica y en algunas teorías del lenguaje, se ha desarrollado una vieja pugna sobre lo que realmente se puede conocer al ser nombrado. Hay una discusión muy antigua sobre la apariencia y la realidad de las cosas y la forma como podemos llegar a diferenciarlos o tomar cierta consciencia de eso que existe a través del lenguaje. En 306 antes de cristo, Platón escribió Crátilo. Ese libro se desarrolla en torno a un diálogo filosófico entre Hermógenes, Crátilo y Sócrates sobre el origen del lenguaje.  Todos tienen opiniones diferentes sobre el origen de los nombres y su poder para darnos a entender la realidad. Crátilo por ejemplo, piensa que los nombre le corresponden naturalmente a las cosas que designan. Hermógnes piensa que esos mismos nombres no son sino el resultado de convenciones, acuerdos entre personas que le dan a un objeto un nombre que le corresponde. Sócrates tiene una opinión más contrastada. Su conversación lo lleva a plantear la cuestión de la etimología de las palabras, de la naturaleza de su origen: ¿En dónde radica la esencia de un nombre y cuál es la realidad del objeto que describe?

Quería llevar esta discusión filosófica a la fotografía y a tu proyecto en particular. ¿Las imágenes de Seattle son “aporéticas” porque tú las has considerado así o porque hay alguna esencia, una realidad que esas imágenes expresan sobre el estado de confusión de quien vive los tiempos de modernización urbana?

A.W.: Esa es una pregunta muy interesante. Creo que nombrar las cosas es un deber humano, algo que nos puede ser útil pero también muy nocivo. Me gustaría pensar que las fotografías de Aporía representan mi relación psicológica con el entorno urbano. Reunirlas en torno a este concepto permite comunicar mejor mi intención, la sensación y el estado psicológico que he querido transmitir con este trabajo. El problema es que ese apelativo también puede restringir las interpretaciones de quien observa. Siento que el texto tiene un poder de interpretación de la imagen y soy consciente del sentido que puede transmitir. Siempre trato de utilizar el texto en mi trabajo teniendo en cuenta ese poder de evocación y de interpretación que tienen las palabras.

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P.D.F. Es fascinante ver cómo la fotografía contemporánea está adoptando una visión muy perturbadora del arte visual, usando imágenes en donde la realidad parece haber sido registrada bajo el filtro de los estados de ánimo. La línea que diferencia lo que es real y lo que es aparente está casi siempre ausente. Quien ve esas fotografías no puede saber si se trata de algo que sucedió o de algo que es proyecto de un estado mental y psicológico particular. La percepción libera la imagen de la realidad que la contiene a tal punto que se diluyen las fronteras entre la ficción y la realidad. En muchas de estas imágenes es imposible establecer referencias de espacio y de tiempo precisas. ¿Consideras que esas imágenes “aporéticas” son poéticas? ¿Son imágenes que resultan de un estado de alucinación? ¿Qué es lo que hace que esas imágenes sean fascinantes?

A.W.: Creo que ha habido un cambio en la fotografía, que ha ido pasando de la visión documental representada por la exposición New Documents hacia una fotografía más interior, capaz de expresar las complejidades de la mente. Tengo una profunda fascinación hacia la forma como la secuencia de las imágenes crea un nuevo sentido. Buscar nuevas estructuras narrativas es algo que busco cada vez con más curiosidad. El proceso de sentarte con las imágenes, asociando unas con otras para buscar el sentido es una labor lenta y compleja. Te obliga a ser honesto y pensar sobre ti mismo. No sé si Aporia fue el producto de una alucinación, pero si siento que fue un proceso de reflexión y un proceso psicológico interesante para mí.
P.D.F.: Si tu generación está rompiendo con las fronteras del lenguaje clásico de la fotografía es quizás porque el realismo y la objetividad con los que se entendía la fotografía están siendo cuestionados. ¿Has tenido alguna intuición sobre el destino hacia el que se dirige ese nuevo lenguaje fotográfico sobre el cual tu generación ha estado buscando?

A.W.: El concepto de realidad fotográfica murió hace un tiempo atrás. Siento que muchos de los fotógrafos han estado procesando esa nueva visión de las cosas, tratando de entender cómo la fotografía puede relacionarse con el mundo…

P.D.F.: ¿Para ti, el Proyecto Aporia acabó con este libro es un trabajo de más largo plazo?  ¿En qué otras series estás trabajando actualmente?

A.W.: Por el momento Aporía acaba con esta serie de imágenes publicadas. No quiere decir que no siga fotografiando las ciudades con las mismas preocupaciones de antes. Actualmente estoy volviendo a revisar el trabajo que hice en Oregón del sur, hace dos años, pensando en la versión editada de ese trabajo. Es un proyecto distinto a Aporía, pero está también muy ligado a esa idea de la percepción, la verdad y la forma como se van creando los mitos.

Web:
http://andrewwaits.com

Biografía:
Andrew Waits es un fotógrafo norteamericano nacido en Seattle en 1983. Estudió bellas artes y fotografía en la Universidad de Hartford. Actualmente vive en Oakland California. Su primer proyecto personal se titula Aporía, un trabajo sobre el concepto Aristotélico de las contradicciones imposibles de resolver por medio de la simple lógica racional. En psicología, la Aporía representa un estado de confusión en la psique de una persona después de intentar procesar un trauma o un bloqueo. En la obra de Andrew Waits, la Aporía expresa la inevitable perdida de sentido y de orientación para quienes viven en ciudades modernas. El libro que lleva el título de esa serie describe una narrativa de ese proceso de desorientación y de liberación progresiva propio al estado de Aporía o de pérdida de referencias por la rápida modernización de la ciudad. Las imágenes son manifestaciones del estado de opresión y de libertad de un fotógrafo incapaz de reconocer las calles y los barrios de su propia ciudad natal. El libro explora las complejidades de la mente a través de una fotografía a-temporal en donde poco a poco se revelan el desarraigo y las tensiones generadas por la rápida expansión de la modernidad en una ciudad que genera en sus propios habitantes un sentido de profundo desasosiego.

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