“Las ruinas son una metáfora de la nostalgia por el tiempo que nos hubiera gustado vivir. Son una promesa de resurrección ligada a un sustrato, un sueño violentamente desvirtuado del romanticismo, un deseo permanente por manipular los espectros de una gloria desvanecida en el escenario de un teatro futuro, teatro esperado, casi deseado, un lugar que sólo podrá edificar la muerte”.
Jean-Yves Jouannais, El uso de las ruinas. Retratos obsidionales, Acantilado, 2017
En diciembre del 2017, PUNTO DE FUGA estuvo en los estudios de Inversa Editores, en Bogotá. De todos los libros que había sobre la mesa hubo uno en particular llamado Ruinas del fotógrafo colombiano Nicolás Lozano, una obra impresa con todas las características de un clásico: tapa dura, fotografías en blanco y negro de paisajes colombianos fotografiados con la técnica del colodión húmedo. Muchas de las fotografías de ese libro volvían a traer a la mente los espectros de una gloria desvanecida, imágenes de paisajes en ruinas que bien hubieran podido haber sido tomadas dos siglos atrás, edificios deshabitados, más piedras en el camino. Pero algo había cambiado en la mirada del fotógrafo contemporáneo hacia esas construcciones en desuso.
Son pocos los fotógrafos contemporáneos que la han devuelto a la fotografía esa capacidad para cuestionar el origen y el destino del ser humano. En ese intersticio o esa grieta que siempre ha existido entre el humano, su conciencia y la realidad del mundo, el fotógrafo Nicolás Lozano a sabido colar y revelar imágenes de ruinas modernas, fotografías que se convierten en reflejos inquietantes del ser humano en busca de su origen, incapaz de darle otro sentido a su vida que el de su propio oficio de observador del mundo.
Olvidamos muy fácilmente que la primera fotografía surgió con algunas de esas representaciones de paisajes en ruinas. La primera fotografía ha estado cargada de un imaginario del vestigio y de la muerte. Desde mediados del siglo XIX, dos vertientes de la fotografía se peleaban ese espacio de la representación de la ruina: una era periodística, propia al reportaje de guerra y a las misiones fotográficas que dieron a conocer los estragos de la Guerra civil norte americana del siglo XIX y mostraron la devastación provocada por el estallido de la Primera Guerra Mundial. En ese entonces el estereógrafo y la fotografía estereoscópica se habían convertido en el mejor medio de representar ampliamente el teatro de la guerra. La otra era una vertiente más romántica de la fotografía hecha por fotógrafos que se imaginaban el paisaje como algo pintoresco. Una de las primeras fotografías hechas en colodión por el escultor Frederick Scott Archer fue el retrato romántico de las ruinas de Kenilworth Castle, cerca de Kenilworth Castle en Inglaterra en 1851. PUNTO DE FUGA quiso conocer las intenciones y el pensamiento de Nicolás y de los editores que siglos más tarde volverían a traer al mundo de la fotografía esas imágenes de tierras, casas campesinas e iglesias abandonadas, cubiertas de maleza y bosque.
Conversación con Nicolás Lozano, Daniela Jácome y los editores de Inversa
Por PUNTO DE FUGA
P.D.F.: En la última conversación que tuvimos con Daniela Jácome y con los editores de Inversa, tú me decías que habías estado trabajando con fotografías hechas sobre colodión húmedo. Para ti, fotografiar paisajes abiertos implicaba llevar a cuestas material para reconstituir la cámara obscura en donde estuvieses. Era vivir todo un proceso de registro y revelado que le da a la fotografía una materialidad y una profundidad muy particulares. ¿Cómo ha sido tu experiencia fotográfica en los distintos paisajes de Colombia que recorriste para fotografiar esos paisajes olvidados? ¿En qué momento la ruina apareció como una evidencia para ti?
N.L: A mi manera de ver, no se ha tratado especialmente de una experiencia del paisaje basada en un territorio, sino de la búsqueda de un lenguaje propio, una manera de hacer. Ha sido una exploración en busca de mi propia estética. Así inició todo.
Cuando se presentó la oportunidad de realizar un proyecto para exhibir en la sala de exposiciones de La Casa Negret, Daniela y yo, discutimos acerca de la ruina. Estas discusiones, más allá de tratar temas específicos de la arquitectura, el paisaje o la fotografía, nos invitaron a cuestionarnos acerca del sentido de la existencia, de nuestra propia existencia. Queríamos que la ruina nos prestara su propio lenguaje para retratarla, un lenguaje que se encuentra cargado de historia, de olvido, de vida y de muerte.
Adicionalmente, este proyecto ha sido un descubrimiento en diferentes aspectos, pues era la primera vez que realizábamos un trabajo de campo en colodión húmedo. Ese trabajo nos hizo enfrentarnos con condiciones específicas de tiempos, técnica, logística y lugares que le aportaron mucho a la experiencia fotográfica.
El proyecto nos dio la posibilidad de establecer una relación de espacio-tiempo, y el colodión, nos llevó a enfrentarnos con un proceso que requiere condiciones muy especiales. La necesidad de producir imágenes en poco tiempo fue lo que permitió el encuentro de dos disciplinas que en cada uno de nosotros buscaban el silencio. Lo inquietante en todo esto fue que el silencio, no apareció como un fin en sí mismo; fue más bien nuestro instrumento para conmover nuestra conciencia como observadores de un paisaje en ruinas. Todo el proceso con la fotografía nos ha ido llevando a dialogar sobre temas que están relacionados con nuestro hacer, nuestras inquietudes como individuos, y más allá de todo, preguntarnos desde la intimidad, por la existencia donde estos lugares inhabitados fueron el refugio para indagar respecto de todo esto.
P.D.F: En tus fotografías parece que la ruina hubiera perdido su función primera. Ya no son monumentos de otros tiempos, paisajes y arquitecturas devastados que nos conectan con un pasado remoto. Son vestigios reconocibles de un momento de abandono probablemente relacionado con la guerra colombiana y el desplazamiento. ¿Qué es lo que te llevó a no querer documentar puramente la experiencia de esas ruinas de armero, gachantivá vieja y san Cayetano a la manera del reportero de guerra o el fotógrafo encargado de documentar los efectos del conflicto? ¿Porqué esas ruinas ya no hablan de su historia? ¿Son acaso esculturas de tiempos inmemoriales, arquitecturas silenciosas convertidas en petroglifos modernos? ¿Cómo definirías tu a esas ruinas?
N.L: Lo que representan para nosotros esas ruinas está en otra parte. Hay algo mucho más existencial en ese paisaje. Creemos que son más autorretratos que otra cosa. Hay una búsqueda de identidad que no está condicionada por la bandera o el contexto de un país o nacionalidad. Es una búsqueda y, por esto mismo, no es siempre igual, está en movimiento siempre cambiante como la ruina misma.
P.D.F: En esa conversación que tuvimos con los editores de inversa ellos me contaban que la fotografía se había convertido en un proceso lento, casi artesanal de experimentar con material fotosensible. ¿Cómo se dio poco a poco la edición y la selección de esas ruinas para la exposición y el libro?
N.L: En los espacios en que hemos presentado el proyecto, se han realizado selecciones y han surgido narrativas diferentes, múltiples formas explorar diversos recorridos. No consideramos que exista una única forma de abordarlo. De una u otra manera, el proyecto podría presentarse como una única imagen o como una secuencia de varias, ya que entre estas no existen jerarquías. Todas son caras de una misma moneda que mutan dependiendo del formato o el contexto en que se encuentren.
En el caso del libro, se buscó respetar elementos esenciales, como los formatos, los tonos propios del proceso, entre otros. Lo cual, no quiere decir que sea una única manera de hacerlo, ya que, como bien lo mencionamos anteriormente, todo esto hace parte de una búsqueda que va más allá del proyecto en sí mismo.
INVERSA: Desde Inversa nos acercamos a un proyecto cerrado, en el cual se tenía pensada la pared como lugar de relación con el espectador. Dentro de esa medida, el concepto y la selección de las imágenes ya estaba definido. Respetando estas bases del Autor, Inversa hizo un acercamiento respetuoso a la propuesta, intentando aportar lo más posible desde el formato del libro y la secuencia de imágenes, creando nuevas formas de lectura del trabajo y resonancias dentro del mismo.
P.D.F: Hay en la edición del libro un proceso de traducción de la voz del fotógrafo muy interesante. El color tierra de la tapa en tela, la selección de imágenes como entidades autónomas que se pueden leer página por página y la elección de un trayecto narrativo muy discreto dan la impresión a quien lo lee que las ruinas están conectadas por una serie de indicios. ¿El libro fue pensado como un proceso de introspección, como una aproximación narrativa y visual hacia el interior de las ruinas, esos espacios a los que tú no quisiste hacer vulnerables? ¿La edición de las imágenes te ha hecho consciente de la forma como te has ido aproximando a esos lugares?
N.L.: Cada vez que se finaliza un proceso de materialización del proyecto, en este caso el libro, queda un nuevo conocimiento y una nueva forma de aproximarse a esas ruinas; preguntas, ideas, respuestas… La intención principal del libro fue ser un medio por el cual las ruinas pudieran ser contempladas. Por esta razón, se buscó una limpieza en su estética general, no se querían distracciones, se quería que las imágenes y la experiencia de cada una hablaran por sí solas.
INVERSA: El libro es un reconocimiento al proyecto de cada autor. En el proceso con Nicolás, quisimos crear un objeto elegante y clásico: la tapa dura con tela marrón suave al tacto, con un repujado que enmarca una serigrafía en tinta plateada (que puede recordarnos los haluros de plata), y un papel de alto gramaje que soportara el bajo relieve que tiene cada una de las imágenes, son elementos formales que fortalecen el discurso del autor y lo protegen del tiempo.
Efectivamente, RUINAS es un trabajo en el que cada imagen merece un tiempo para su observación; son fotografías en las cuales el tiempo esta encapsulado mediante un proceso lento y cuidadosos, abierto al azar. Dejar abierta esta puerta a encuentros inesperados en el proceso es aceptar el “error” como una cualidad visual muy especial de este proceso fotográfico, consiguiendo imágenes potentes y autónomas. El control no es absoluto.
La confrontación de imágenes entre sí, genera una tercera imagen mental, en este caso no era la idea usar este recurso directamente la edición de la secuencia de las imágenes, ya que estas piezas encierran en sí mismas una cantidad infinita de imágenes mentales que el espectador generará él mismo. Partiendo de la autonomía de cada imagen, la edición funciona como un viaje en el cual los indicios presentes en las imágenes: viñetas generadas por el aparato fotográfico, los arcos en la arquitectura y la naturaleza misma, se convierten en conectores narrativos que ayudan a recorrer el libro, como quien transita los paisajes visitados por Nicolás con su cámara.
P.D.F: Hay una tensión espacio temporal en la fotografía que tu resolviste pensando en la ruina como en un estado no permanente, en una imagen de un proceso de transformación humana. Para ti, la ruina no es una fatalidad, es un estado que te permite ver lo que sucede en ese tiempo de la contemplación, la forma como el territorio va mutando en ese proceso de tiempo en el que tú lo observas. La ruina es orgánica: ¿es ese tu manifiesto?
N.L: La ruina es el manifiesto: naturaleza y arquitectura se entrelazan generando transformaciones en el espacio como evidencias del tiempo. “La arquitectura se produce en el flujo del tiempo, y también activa el tiempo, la arquitectura no debe permanecer, como una lápida, dentro de ese flujo. La arquitectura entrega al presente la memoria de un lugar, y lo trasmite a el futuro.” Tadao Ando
P.D.F: Hay muchas analogías que se pueden hacer con la fotografía. En este punto de la conversación quisiera adentrarme más en el espacio de la imagen. Es cierto como lo decían tus editores, que al fotografiar un paisaje estás señalando la existencia de esa geografía o de esa persona retratada. Las ruinas que tú fotografías están cargadas de silencio. Es difícil ver en ellas otra cosa que el reflejo de la fuerza de destrucción, la guerra y el abandono como parte integral de nuestra condición humana. ¿Tú crees que una ruina es una ficción?
N.L.: La ruina es un vestigio material que se ve afectada por el entorno que la contiene, mientras que la fotografía es una mirada subjetiva que evidencia una postura. Por lo cual no considero la ruina como una ficción.
P.D.F: Desde los inicios de la fotografía la ruina ha hecho parte del lenguaje documental. Uno de los proyectos más relevantes de esa historia de las ruinas en la fotografía de guerra vino de la misión fotográfica de Beirut, un proyecto de recuperación de la memoria lanzado en 1991 por Dominique Eddé entonces fundadora de las Ediciones Ciprés y directora artística de Robert Delpire. Apenas había pasado un año desde el fin de la guerra civil. A excepción de Fouad Elkoury los encargados de guardar la memoria de esos estragos estuvo a manos de fotógrafos como Gabriele Basilico y Josef Koudelka. Muchas de las fotografías hechas por esos reporteros muestran a Beirut como una ciudad en ruinas.
Sólo hasta hace unos años, un grupo de fotógrafos libaneses como Sami Ayad, Saleh Rifai, Aline Manoukian, Jamal Saidi, Patrick Baz y Michel Sayegh fuer invitado a mostrar las fotografías que ellos habían hecho durante casi treinta años de conflicto en ese país. Las imágenes no son propiamente las de un país en ruinas, sino más bien las de una sociedad enfrentada en conflictos intestinos. Colombia vive hoy un proceso de pacificación complejo que podría incitar a los fotógrafos a hacer memoria. No es realmente tu caso. ¿El colodión es para ti una forma de ir más allá del registro documental?
N.L.: Creo que la técnica no determina el género fotográfico al cual pertenece la imagen. A mi manera de ver, la técnica, en mi caso el colodión húmedo, reafirma unas cualidades estéticas que busco, las cuales, considero, son las apropiadas para hablar de temas como el silencio, la muerte, la nostalgia. El colodión acompaña el proyecto más no es el proyecto. Sí creemos que la carga histórica está implícita en estas ruinas, podemos decir que son el vestigio de una sociedad y están contando su historia ya sea de guerra, desastres y abandono.
P.D.F: Un profundo sentimiento de nostalgia se desprende de tus imágenes, ¿es algo que viene del hecho de liberar la imagen de su realidad más inmediata o es más bien algo que genera la imposibilidad de volver atrás el tiempo?
N.L.: A mi manera de ver no es ni lo uno ni lo otro. La ausencia de función en el contexto presente; ahí encuentro yo la nostalgia, en la incertidumbre, en ese silencio aparentemente sin respuesta. Es como si, de alguna manera, se generara un traslapo de tiempo y espacio que nos da una lectura diferente de algo que fue y ya no es. La nostalgia está implícita en una experiencia casi corporal de una atmosfera que se petrifica en el tiempo con unas texturas y unos olores, que nos recuerdan que eso que alguna vez fue, se transforma y continúa su curso natural. Es un proceso paradójico que nos recuerda que esa es la única y verdadera realidad, la transformación. En un mundo donde lo perpetuo es lo bendito, la ruina se convierte en la evidencia de lo que somos.
P.D.F: El tiempo de las fotografías no es el mismo con el que vivimos el día a día. La imagen en colodión húmedo reenvía muchas veces a un proceso fotográfico antiguo, muy utilizado en el siglo XIX en Europa. Al ver esas fotografías recientes a través de ese proceso fotográfico esa noción temporal sufre una sacudida. ¿Crees que tus imágenes parecen ancladas en un espacio tiempo de la fotografía europea del siglo XIX?
N.L.: Inevitablemente están relacionadas directamente con esa estética que fue utilizada en la Europa del siglo XIX y que a lo largo del tiempo esporádicamente ha resurgido. Es imposible negar la relación. En el colodión he encontrado una estética que me ha permitido, en cada uno de mis trabajos, trasmitir todo aquello que no logro trasmitir con las palabras en mi vida diaria.
El colodión para mí es un medio, no es el fin en sí mismo. El colodión húmedo por las características propias del proceso me permite la contemplación, validando el silencio, la introspección, develando aquello que, por las velocidades del mundo actual, no nos permite introducirnos en los silencios del mundo.
INVERSA: Toda fotografía siempre va remitir al espectador a un tiempo pasado, sea lejano o cercano. La relación entre fotografía, memoria y recuerdo siempre van de la mano y esto es uno de sus factores de poder y de capacidad de transmitir un mensaje o hacer sentir una emoción o sensación a la persona que las observa. El observador, por el mismo hecho de tener una cultura visual, la que sea, tiene códigos visuales internos que se activan de diferentes maneras en cada uno de nosotros al acercarnos a una imagen.
Las fotografías de Nicolás, está marcada por esta cultura visual que comentaba antes. El tipo de técnica que utiliza, colodión húmedo, hace que esas imágenes estén ancladas querámoslo o no en una manera de representar el mundo en Europa en el siglo XIX y al cual nuestro cerebro siempre nos va a llevar. La selección de parte de Nicolás de acercarse a un mundo moderno de esta manera, con esta técnica nos interpela como espectadores al existir un choque generacional, el cual nos mueve de esa zona de confort generando esa sacudida de la que hablas.
P.D.F.: En la Inglaterra de 1820-1830 hubo un gran proyecto de grabado llamado Picturesque Views in England and Wales. En uno de esos grabados hecho por Joseph Mallord William Turner, aparecen dibujadas las ruinas de Kenilworth Castle en 1832. Casi treinta años después el inventor del colodión volvió a ese lugar mítico del romanticismo de la época victoriana para retratarlo con una cámara fotográfica. La fotografía Kenilworth Castle, Ante-Room, Great Hall, hecha por Frederick Scott Archer en enero de 1855 integraba parte de esa tradición romántica en el mundo de la fotografía. ¿Crees que tus fotografías del paisaje colombiano son herederas de esta tradición? ¿Te consideras fotógrafo del paisaje pintoresco en Colombia o eres más bien el fotógrafo del paisaje nostálgico de Colombia?
N.L.: Mi trabajo ha consistido más en una exploración de mi propio lenguaje. Más allá de pretender pertenecer a una corriente, ha sido una búsqueda personal. Es más, en mi vida busco no ponerles títulos a las cosas, pues considero que estas son lo que son y, muchas veces, tratar de nombrarlas, de alguna manera, evita que ellas tomen el curso que les corresponde. Adicional a esto, considero que en muchos de los ámbitos de mi vida estoy más en una búsqueda que en hallazgos seguros. En este momento, no busco pertenecer a algo específico, no quiero ser un fotógrafo o un carpintero, o un artista. Siento que soy un poco de todo, pues estoy abierto a serlo.
P.D.F.: Cuando uno hace una búsqueda en google sobre estética de la ruina, aparecen en primera plana imágenes de la Agencia Rol dirigida por Marcel Rol a finales del siglo XIX, principios del siglo XX. Todas las imágenes guardadas en la base de datos de Gallica hablan de la destrucción, el vandalismo y los danos materiales causados por la Primera guerra Mundial en Gerbéviller, Meurthe y Moselle en Francia pero también en Arras y en el pueblo de Zuidschote en Bélgica en 1915. Todas esas fotografías nacen en un momento de reconstrucción después de la guerra. ¿Crees que el territorio colombiano es un gran campo en ruinas? ¿Crees que esa nostalgia es el reflejo de esos tiempos de guerra, de esas décadas de violencia o es más un impulso visceral tuyo?
N.L.: La nostalgia, a mi manera de ver, está dada por la ausencia, la ausencia del ser humano, la ausencia de función, etc. El proyecto no busca entender el por qué de esta ausencia. Al proyecto le interesa observar lo que pasa con esos lugares en la ausencia…
La ruina es una huella que queda ahí para recordarnos algo y que no necesariamente está ligada a la guerra. La ruina, simplemente, se puede dar por el olvido y es, en realidad, el olvido el que le da el carácter de una ruina verdadera. Pues una cosa es la Acrópolis, que es un lugar histórico que queda inmaculado en el tiempo por su carga histórica relevante en nuestra sociedad. Y otra, un espacio que se mantiene cambiante en el tiempo. Esa es la ruina que a nosotros nos interesa, ese espacio olvidado que se mantiene paradójicamente inerte, silencioso.
P.D.F.: ¿En qué momento surgió la idea de publicar esa serie y por qué? ¿Al concebir ese trabajo tú y los editores de inversa pensaron alguna vez que el libro podía convertirse en la ruina misma?
N.L.: El libro surgió como un ejercicio más, para encontrarse con la serie de imágenes desde una mirada completamente diferente. En un primer momento la serie fue un ejercicio personal. Con el libro se buscó desligar la serie, de alguna manera, de mí como individuo, y poderla mirar con cierta distancia, hacerla pública, dar a conocer mi trabajo y soltar un poco el control, para ver como estas imágenes se comportaban sin la carga que yo les pongo. De alguna manera, fue liberarlas, para ver cómo se comportaban afuera, desligadas de mi ejercicio personal.
INVERSA: Uno de los objetivos de Inversa como grupo o colectivo de fotografía es ayudar a visibilizar trabajos o proyectos en desarrollo de fotógrafos de Bogotá y Colombia. Cualquier trabajo se puede materializar en el formato libro, ya veremos si es bueno, si es malo, si funciona o no… eso lo decide el público. A los fotógrafos hay que proponerles otras maneras de acercarse al lenguaje visual, de democratizar la imagen y de construir bases para la autogestión y así empezar a generar otro tipo de contenidos y de discusiones sobre la imagen en Colombia, esto es fundamental.
La “ruina misma” de la que hablas, podríamos verla como un indicio al final de todo, un indicio que nos lleva en la narración. Si conectamos esta definición, con la pregunta de que, si queríamos que el libro se convirtiera en la ruina misma, responderíamos a esa pregunta que SI, el libro “Ruinas” es un indicio, y desde inversa queremos ir generando y dejando indicios con nuestros libros, que los espectadores y el público en general los relacionen y conecten como les parezca, nosotros solo los dejamos ahí, en el gesto de editar un libro.
Web
https://colodionblog.wordpress.com
Biografía
Nicolás Lozano es un fotógrafo colombiano egresado del master internacional de fotografía conceptual y artística EFTI 2014 Madrid España. Desde los inicios de su trabajo ha tenido un especial interés en los procesos de fotografía antigua fijando principalmente su mirada en el colodión húmedo, proceso que data de mediados de siglo XIX. En el 2015, realizó el taller intensivo sobre la técnica con el maestro Quinn Jacobson en Denver, Colorado. Un año después fue invitado por Taller Panóptico en la Ciudad de México para dictar el taller de negativo en colodión y el proceso de revelado en papel de colodión. Actualmente está aprendiendo sobre el uso de la madera en la escuela de artes y oficios Santo Domingo en Bogotá, Colombia.
Inversa Editores
Inversa Editores nace a mediados de 2015. El proyecto surge como una necesidad para dar a conocer el trabajo fotográfico de sus cuatro fundadores Sebastian Bright, Leonardo Caro, Diego Gutierrez y Demian Hernández. Cada uno de ellos, con su perfil y su recorrido, ve en el foto-libro un medio fundamental para difundir el trabajo fotográfico. Al comienzo, los libros de estos editores surgían de un proceso artesanal de edición, de impresión y de encuadernación. Los ejemplares eran poco numerosos. Hoy en día los procesos son muy diferentes. Inversa busca dar a conocer nuevos proyectos. Los cuatro fotógrafos-editores buscan constantemente procesos o trabajos que puedan ser editados. Actualmente, Inversa Editores cuenta con diez publicaciones entre las cuales están: Oku no y M9M9 de Leonardo Caro, Matadero y Conrwall de Sebastián Bright, Cielo Quiché Diego Gutierrez, Condensación Temporal de Pablo Gómez, Ser Efímero del Colectivo Nictofilia y Ruinas de Nicolas Lozano.